viernes, 21 de marzo de 2014
CRÓNICAS DE ANTARKTOS por Waldemar Verdugo Fuentes
-CRÓNICAS DE ANTARKTOS: Viaje a la Antártica Chilena. Fragmentos en Punta Arenas, la tierra del carbón, El Mexicano. Suplemento Turístico Bilingüe, 1 de enero de 1987. En la serie ¿Qué pasa en la Antártica famosa?: crónica de viaje, fragmento en Vogue, mayo de 1984, y cinco partes, en diario El Mexicano, 20 al 25 de junio de 1986. También en periódico Unomásuno, México, 6, 7, 8, 9 y 10 de septiembre de 1987. En inglés en ARTEINC-Hollywood, California, enero de 1988. Inscripción Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos, Departamento de Derechos Intelectuales Crónica N° 137.431, 6 de enero de 2004. ISBN 978-956-353-464-1
Estas "Crónicas de Antarktos" comprenden una mínima Relación de la Antártica Chilena. Comprende trabajos de investigación que ha realizado el autor de hechos, costumbres y mitos, registrando además su propia experiencia en el lugar: “Sólo he intentado rescatar aspectos de nuestra identidad nacional anclados en la zona que posee la mayor reserva de agua limpia del planeta, nuestro gran pastel helado, y los esfuerzos humanos, heroicos, que mantienen los pioneros chilenos para tratar al Antarktos, esta deidad importante y delicada que habita en el corazón del agua.”
Aquí se habla de la memoria inmediata antártica y de exploradores pioneros antárticos: los Sélcnam chilenos. Robert F. Scott. Roal Amundsen. El almirante Richard E. Byrd. James Cook. Ernest Schakleton. De los mapas de Piri Reis y de los buscadores de la Ciudad de los Césares. Es un viaje al sitio de la mano de escritos cuyos autores informan del lugar sin haber estado nunca allí: Pitágoras de Samos que la bautizó Antarktos, H.P. Lovecraft, Julio Verne, Emilio Salgari, Herman Melville, Edgar Allan Poe, y escritores chilenos que conocieron la zona y escribieron de lo que habían visto y sabían, como Francisco Coloane, Salvador Reyes y Miguel Serrano. Aquí se habla de la Gran Biblioteca Congelada. De flora y fauna antártica, del sufrido pingüino chileno. De este Gran Acuario del Planeta. De ballenas, focas, lobos peleteros. 360 especies de Algas. 100 especies de plantas. El Krill. Y de las araucarias bajo los hielos.
Este libro obtuvo el Premio Anual Crónica Histórica Chilena del año 2007, que otorga el Consejo Nacional del Libro y la Lectura del Gobierno de Chile.
http://www.amazon.com/dp/B00H00LLC4
viernes, 31 de mayo de 2013
CRÓNICAS DE ANTARKTOS, fragmentos
CRÓNICAS DE
ANTARKTOS
(Relación de la Antártica Chilena)
Portada: Cubierta del “Piloto Pardo”.
Gráfica Capitular: Collage Antarktos I, II, III Sélcnam, IV.
ÍNDICE
PRÓLOGO
PRÓLOGO
Estas "Crónicas de Antarktos"
comprenden una mínima Relación de la Antártica Chilena: otro mundo en este
mundo. Comprende trabajos de investigación que he realizado de hechos,
costumbres y mitos, registrando además mi propia experiencia en el lugar. Sólo
he intentado rescatar aspectos de nuestra identidad nacional anclados en la
zona que posee la mayor reserva de agua limpia del planeta, nuestro gran pastel
helado, y los esfuerzos humanos, heroicos, que mantienen los pioneros chilenos
para tratar al Antarktos, esta deidad importante y delicada que habita en el
corazón del agua.
La Crónica Uno es la historia de un viaje que comenzó en 1983, cuando de revista VOGUE en México, se nos planteó el desafío de producir un reportaje en la Antártica. La Crónica Dos es un viaje al sitio de la mano de escritos cuyos autores informan del lugar sin haber estado nunca allí: H.P. Lovecraft, Julio Verne, Herman Melville, Edgar Allan Poe, entre otros. Así también nos guiamos por escritores chilenos que conocieron la zona y escribieron de lo que habían visto y sabían, como Francisco Coloane y Miguel Serrano. La Crónica Tres es la historia de un viaje realizado en el año 2001, cuya columna vertebral está formada por una serie de fragmentos publicados en diario UnoMásUno de México, y en el Suplemento Turístico bilingüe inglés-español de El Mexicano de Baja California, y ArteInc, Los Ángeles, USA, entre 1984 y 2002. Por estas Crónicas de Antarktos, que recaban también información acerca de las bases y sitios habitados así como una mínima cronología de la Antártica chilena, debo agradecer al Consejo Nacional del Libro y la Lectura de Chile por concederme el Premio de Crónica Histórica el año 2003. Ahora estas crónicas no me pertenecen, son del lector para quien fueron escritas.
W.V.F.
(Relación de la Antártica Chilena)
Por Waldemar Verdugo Fuentes
Ilustraciones
del autorPortada: Cubierta del “Piloto Pardo”.
Gráfica Capitular: Collage Antarktos I, II, III Sélcnam, IV.
PREMIO CRÓNICA HISTÓRICA CHILENA DEL
CONSEJO NACIONAL DEL LIBRO Y LA LECTURA DE
CHILE.
CRÓNICA UNO
CRÓNICA DOS
CRÓNICA TRES
RELACIÓN MÍNIMA DE LA ANTÁRTICA CHILENA
BASES EN LA ANTÁRTICA
CHILENA
La Crónica Uno es la historia de un viaje que comenzó en 1983, cuando de revista VOGUE en México, se nos planteó el desafío de producir un reportaje en la Antártica. La Crónica Dos es un viaje al sitio de la mano de escritos cuyos autores informan del lugar sin haber estado nunca allí: H.P. Lovecraft, Julio Verne, Herman Melville, Edgar Allan Poe, entre otros. Así también nos guiamos por escritores chilenos que conocieron la zona y escribieron de lo que habían visto y sabían, como Francisco Coloane y Miguel Serrano. La Crónica Tres es la historia de un viaje realizado en el año 2001, cuya columna vertebral está formada por una serie de fragmentos publicados en diario UnoMásUno de México, y en el Suplemento Turístico bilingüe inglés-español de El Mexicano de Baja California, y ArteInc, Los Ángeles, USA, entre 1984 y 2002. Por estas Crónicas de Antarktos, que recaban también información acerca de las bases y sitios habitados así como una mínima cronología de la Antártica chilena, debo agradecer al Consejo Nacional del Libro y la Lectura de Chile por concederme el Premio de Crónica Histórica el año 2003. Ahora estas crónicas no me pertenecen, son del lector para quien fueron escritas.
W.V.F.
jueves, 26 de junio de 2008
LA ANTARTICA CHILENA.
CRONICAS DE ANTARKTOS, fragmento.
Por Waldemar Verdugo Fuentes
Premio Crónica Histórica Chilena Consejo Nacional del Libro y la Lectura de Chile.
El barco se separa lentamente de la rada del puerto fronterizo de Ushuaia, en territorio argentino, frente al Puerto Navarino de la Isla Navarino, en la XII Región de Chile, Magallanes y Antártica Chilena. El informe meteorológico indicaba mal tiempo. Justo ahora que debemos partir al fin rumbo a la Antártida y luego de dos días de sol pleno y cielo despejado que nos tomó hacer las conexiones necesarias. Sin embargo aquí estamos y el frío sin lluvia ha hecho que nuestro viaje se inicie más bien en silencio, con las modelos del staff-Vogue que han venido, la mexicana Diana Abarca, y Polly Lyon, que fue enviada desde la agencia en Nueva York, desde donde llegaron directo a Santiago, muy propias, y aquí están al fin del mundo en Punta Arenas, sobre sus abrigos, literalmente envueltas en frazadas, y el equipo en pleno vestidos con ropa antártica, especialmente gorro con viseras y guantes, además de los anteojos con protección porque el estar nublado no impide en absoluto el ataque de los rayos ultravioleta, todos entumidos de frío. Max Clemente, el fotógrafo mexicano del staff-Vogue que cubrirá el trabajo gráfico, Allen Carter, que realiza un reportaje para el National Geographic, y quien esto escribe, somos los más adaptados en el viaje en barco que hemos emprendido de ocho días por la Antártica frente a Sudamérica. La primera intención de Vogue fue fotografiar el reportaje en diversas bases ubicadas en la Península antártica chilena, pero, en Punta Arenas, a pesar de vanos esfuerzos, la burocracia perdió al equipo en esperas imposibles de tiempo para autorizaciones que deben ser siempre consultadas a Santiago, con costos de un staff que se paga por horas: se conversó, entonces, con la secretaría de Turismo de Tierra del Fuego Argentina, y en dos días tuvimos los permisos para trabajar en bases de Argentina como sitio del reportaje para este invierno del norte.
Ahora cae la tenue noche sobre la Tierra del Fuego. El barco se mueve lentamente por el Canal de Beagle rumbo al Atlántico. Sus potentes motores diesel apenas se escuchan. Las luces de Ushuaia comienzan a empequeñecerse. Acaso nadie perciba que este barco antes zarpó muchas veces y que este nuevo capítulo no puede tener otro propósito que el de rendir tributo, respeto, homenaje y admiración a todos los que ya han hecho el viaje. También a los que todavía están allí, a los que no regresaron. Tal vez nadie recuerde que ese trayecto rumbo a los confines ya había sido imaginado hace más de dos mil años, por personas que solo podían pensar sin alejarse demasiado de los arrabales del patio de su casa. Los antiguos griegos ya sabían que este viaje se realizaría alguna vez: simplemente, los geógrafos de Grecia trazaron un continente imaginario donde se supone que debía existir el Polo Sur. Sabían que debía estar allí y que algún día alguien llegaría hasta él nada más en la fe de un planeta armónico, y si existe un Norte debía existir un Sur. Y así era. Pero antes la "terra australis incógnita" siempre estuvo allí, desafiante, con su casi infinita noche invernal y sus breves oscuridades estivales. Allí no había nadie.
La embarcación “Bremen” es alemana, aunque por cuestiones relacionadas con los impuestos su bandera es de las Bahamas. Incluso en su popa dice, con letras gigantes, "Bremen, Bahamas", lo que produce una inmediata confusión geográfica de alcance intercontinental, que nos obligó a tener siempre en cuenta eludir cualquier toma con vista a la mención de Las Bahamas en un reportaje situado en la Antártica. La nave tiene toda la historia y la tecnología a su favor. En su puente de mando, radares y decenas de relojes lo ponen al tanto de todos los detalles que encontrará a lo largo de su ruta de navegación. El capitán, Ralf Zander, es altísimo, de unos cincuenta años, con vestimenta, modales, voz y corpulencia de capitán, con una biografía en que se anotan todos los mares del mundo. Su porte es el del hombre seguro de su oficio. Pudimos elegir otro medio de transporte, pero todas nuestras averiguaciones nos llevaron al capitán Ralf Zander, que en un viaje a la Antártica la noticia de que Zanders llevará el timón es una noticia tranquilizadora.
Y el barco va. La primera parte del trayecto no es fácil. Hay que atravesar el legendario Paso de Drake, una distancia de casi mil kilómetros que separa a la Antártica de América del Sur. Aquí, en medio de constantes vientos, se unen el Atlántico y el Pacífico, por lo que las aguas casi nunca están tranquilas. El Drake, que tiene una profundidad promedio de 3.500 metros, honra con creces su reputación, con ráfagas que orillan los 80 kilómetros por hora. Los crujidos y cabeceos del barco parecen lamentos y voces de ultratumba, el viento silba y penetra con fuerza por las aberturas que se ven herméticamente cerradas, mientras que olas de más de cuatro metros golpean con fuerza la estructura de la nave germana, que se enfrenta gloriosamente acostumbrada a hacerle lucha al temporal. A bordo, tripulantes y pasajeros parecemos extras de una película cómica del cine mudo, todos caminando o "rebotando" contra las paredes de los pasillos en "cámara rápida". Durante esas primeras horas de recorrido, Diana y Polly encerradas en su camarote un día entero, y aún necesitarían otro más para acostumbrarse al mar, conversando con quiera contarnos algo y con el resto del equipo inspeccionando el sitio para planificar qué tomas podíamos fotografiar, siempre bien afirmados de alguna parte para no terminar uno desparramado por el suelo. A pesar del mareo pasajero y uno que otro moretón, el Drake vale la pena. Se atraviesa en poco más de cuarenta horas, sin que nunca se pierda cierta emoción cautivante que envuelve a quien cruza. Nada se ve y nada ni nadie se cruza durante ese lapso; sólo algunas aves marinas se acercan a la estela del "Bremen", pese a que ninguna costa puede sospecharse en la lejanía. En ese lento tránsito hacia la Antártica, el Paso Drake enseña perspectivas diferentes. Para empezar, el horizonte es perfectamente circular y las jornadas ya no se pueden separar como en los mundos habituales de cada pasajero: el verano antártico propone días eternos, con atardeceres que se producen casi a la medianoche y amaneceres que surgen de la nada a las dos de la madrugada. En el medio nunca hay plena oscuridad y la efímera noche se parece a una tarde otoñal. A las 33 horas de navegación comienzan a aparecer, fantasmagóricos, los primeros icebergs, que interrumpen la perfección del horizonte y que se hacen cada vez más frecuentes a medida que el barco se aproxima a la zona geográfica de influencia de las islas Shetland. Durante el resto de la travesía, ellos serán los nuevos, peligrosos y estéticos compañeros de ruta. El fin del Drake se acerca inexorable. No muy lejos, como escondidas en alguna parte, se avistan las Shetland del Sur, ubicadas al noroeste de la Tierra de OHiggins, separadas de ella por una amplia faja de mar llamada Estrecho de Branfield.
Las últimas horas de navegación en mar abierto previas al primer desembarco permiten advertir incontables signos de vida. Petreles, skuas, palomas antárticas, cormoranes de ojos azules y otras aves, así como elefantes y lobos marinos, pingüinos de diversas clases, focas y la inmensa cola de alguna que otra ballena jorobada. El "Bremen" reduce su velocidad y navega apaciblemente, ahora en un mar calmo y extraordinariamente azul, frente a la Isla Rey Jorge, en territorio antártico chileno, que es la isla más grande de las Shetland y en los mapas argentinos figura con el nombre de "25 de mayo". En la Bahía Potter fondea frente a la base permanente de Argentina Teniente Jubany, un establecimiento militar comandado por las tres fuerzas armadas argentinas y en la que colaboran científicos alemanes. En los mástiles de la base, tal la costumbre de bienvenida, flamean la bandera argentina junto a la germana, bandera de la nave visitante.
Es cierto que las condiciones climáticas son extremas en la Antártica, sin embargo, alrededor de la Tierra de OHiggins, en las cercanas Shetland del Sur, el clima no es tan riguroso, y durante el verano es posible vivir días en que solamente los majestuosos témpanos recuerdan que se está en el Polo Sur. Esta área más cálida se extiende hasta las Islas Orcadas y Georgias del Sur, en territorio antártico argentino. Cobija la zona uno de los ambientes marinos de mayor diversidad y productividad de vida antártica. En la Base Jubany Los temas de investigación en Jubany se focalizan en ecología, biología y fisiología de aves y del Elefante marino del sur, y en ecobiología. costera, incluyendo desde algas a invertebrados y peces.
Alrededor de las instalaciones conformadas por pocas casas y dos grandes galpones, caminaban pájaros skúas en busca de comida, como gallinas de chacra. Los skúas son pájaros de rapiña, vagos, que en lugar de pescar su propio pescado se comen los huevos y pichones de pingüinos y petreles, que son verdaderos pescadores. Se han adaptado perfectamente a la vida en la Base. Después fuimos muy lejos a ver las focas elefantes. Estaban durmiendo en la playa. La colonia del Elefante marino del sur que reside en esta zona incluye unas 650 hembras. A lo lejos, el gran pico Melville domina el paisaje con sus 563 metros. Más apartadas dormían focas peleteras, que son más ágiles y les dicen lobito. Entre las aves, a casi siete kilómetros de la base nidifican alrededor de 14.000 parejas de pingüinos Adelia, unas 2500 parejas de pingüinos papúa, y 250 parejas del Pingüino de Barbijo. Otras destacadas especies nidificantes en el área son el Petrel Gigante, el Petrel de Wilson, la Paloma Antártica, el Skúa Grande y el Skúa Antártico, la Gaviota Cocinera, y el Gaviotín Antártico.
En Jubany hay una estación meteorológica, a cargo de la Fuerza Aérea Argentina, actuando la cercana base Marambio como cabecera. Del análisis de registros de temperatura de distintas bases antárticas, se ha detectado un aumento desde la base Orcadas hacia la Península Antártica, y al ritmo presente, significaría un incremento de 1 grado C en 20 años. Del aumento de temperatura y consecuente retroceso de los hielos terrestres, resultarán cambios en el nivel de los mares. Durante el invierno la temperatura media es de 20 grados bajo cero y los vientos, casi en forma constante, soplan a velocidades que oscilan entre 50 y los 65 kilómetros por hora. Además, de acuerdo al relato de los usuales habitantes, la Bahía Potter se congela absolutamente, por lo que los encargados de bucear deben hacerlo a través de enormes agujeros que se hacen en la capa de hielo. Hasta ahora, los buzos no han bajado más allá de treinta metros de profundidad. En Jubany funciona una estación meteorológica donde además, se realizan investigaciones sobre el krill y el zooplancton y la influencia que sobre ellos ejerce la radiación solar, la fauna y la vida marina en general. Con el Bremen detenido a unos cuatrocientos metros de la costa, a la base argentina se llega a bordo de lanchas muy seguras a motor. Allí viven casi setenta personas, entre científicos y militares y mayoritariamente población civil, compuesta por técnicos y artesanos (nos dice el aseador Hernández, 28 años: Yo soy veterano de la Guerra de las Malvinas, cuando quedé sin trabajo un programa del gobierno me permitió postular para venir a trabajar aquí).
En el paisaje que nos rodea destaca el cerro "Tres Hermanas" como actor principal. Por sobre ese macizo absolutamente blanco, sobresale una corona enorme de granito que no estáá cubierto de hielo. Se trata de un accidente geográfico típico de la Antártica llamado "nunatak" (en este caso el "Nunatak Yamana"), que de alguna manera tiene otra utilidad, además de regocijar la vista y el espíritu: en invierno, durante la larga noche y cuando Bahía Potter se congela por completo y la navegación es imposible, para los aviones de todas las bases el Nunatak sirve de guía para el piloto. La estancia en base Jubany se prolonga por casi cuatro horas, hemos visto el sitio donde se nos guió, planificado algunas sesiones de fotos donde se nos indicó que podíamos utilizar de sus instalaciones, y verificar conexiones para el generador eléctrico que viaja con nosotros. Volveremos al otro día, con Diana y Polly, a quienes hemos encontrado perfectamente dispuestas a iniciar el trabajo, recuperadas del viaje. Fuimos recibidos nuevamente con gran satisfacción por los hombres de la base argentina y fue posible percibir una especie de felicidad compartida, tanto de nosotros, que iniciábamos por fin el trabajo, como para miembros de la base permanente Jubany encantados por las ocasionales visitantes: dos modelos de Vogue, unas de mujeres más bellas del mundo. Se portaron muy hospitalarios, y nunca nos faltó café y chocolate caliente, y una inmejorable predisposición para responder cualquier pregunta.
El "Bremen" abandona la bahía envuelto en la más densa de las neblinas, con la proa apuntando al Estrecho Antártico, que separa a la Tierra de OHiggins de las islas que están al norte, Joinville, Dundee y d’Urville. La navegación es extremadamente lenta debido a la presencia de grandes bandejas de hielo, con pingüinos como pasajeros, y icebergs tabulares que se cruzan en el camino. La idea es arribar al día siguiente a la isla Snow Hill, al este de la Tierra de OHiggins y mirando al sur, en el Mar de Weddell. Los hielos nos hacen intransitable esta ruta. Para navegar por mares antárticos hay que contar con la complicidad del clima, cosa que no sucede en esta oportunidad. Fuertes vientos, lluvias, olas poco civilizadas y un frío constante trasforman a los enormes bloques de hielo en infranqueables. El capitán Zander informa acerca de la situación y, sabiamente, decide no arriesgar. Cambia el rumbo, siempre en las turbulentas aguas del Mar de Weddell, y pone proa al norte, rumbo a la isla Paulette, en la que existe una colonia de pingüinos De Adelia, todos negros, aunque con el vientre y el pecho blancos. La isla está completamente rodeada de hielo y se decide retornar a la boca del Estrecho Antártico en medio de un clima de intensa concentración en el puente de mando, donde se encuentran el capitán, su segundo y los dos oficiales encargados de la navegación. Los cambios de rumbo son permanentes. Hasta que el capitán Zender ordena destino aún más al norte, rumbo a la isla Joinville.
Pero los dioses proponen, los hombres como pueden ejecutan y, finalmente, la Antártica dispone. Ante la imposibilidad de acercarse a Joinville, la nueva opción es la isla Aitcho, a la que se accede navegando un día entero aguas antárticas hasta atravesar el Estrecho de Branfield. Aitcho está en medio del English Strait, entre Robert Island y Greenwich Island. Estuvimos tres horas en la isla, rodeada por icebergs que no impiden el cruce, transitable, pequeña, hermosa, un telón de fondo ideal para nuestro propósito, que cumplimos a vapor. Una vez más, hubo que partir. El clima es el factor principal a tener en cuenta y nada se puede hacer sin su colaboración. En la zona no se puede llegar sin más a los destinos porque todo depende de las condiciones del tiempo. De todas maneras, nos informa el capitán: no está mal: se pudo alcanzar los 60ºº de latitud sur en un Weddell un tanto insurrecto. A cambio, el barco se topa con un espectáculo de una belleza poco frecuente, colonias de hielos azules, que son aquellos que desde hace más tiempo forman parte del paisaje antártico, en una hora súbita en que parecieron despejarse los cielos y nos envolvió la luz más clara del día, todo el tiempo que necesitábamos para hacer fotos con Diana y Polly, quienes posaron como hipnotizadas, a pocos metros de un pequeño grupo de ballenas jorobadas nadando alrededor del "Bremen" como si realmente supieran que el espacio es de ellas, pero nos permitían fotografiarlas en signo de condescendencia. Parecieron conocer qué es la vanidad porque realizan un show de movimientos sorprendentes, como si tuvieran la certeza de que las filmamos como fondo de una sesión de fotos; cuando terminamos, simplemente se alejan y se van.
Nuevamente con rumbo a las Shetland el barco se enfrenta otra vez con el mar tempestuoso y los fantasmas del Drake entre los pasajeros. Todos somos avisados de que no esperemos nada mejor durante todo el cruce hasta salir del estrecho de Branfield. Se produce un éxodo hacia los camarotes y los rezos se suceden en varios idiomas. Alemán, castellano, portugués, italiano e inglés se transforman en lenguajes litúrgicos en medio del permanente movimiento del "Bremen". Esas difusas noches, dueñas de una claridad plomiza y neblinosa, la pequeña barra del bar cierra tarde: ¡conversando se espanta la muerte! afirma el capitán, cada vez que confirma que todos estamos bien. Amaneció para nosotros tarde un extraordinario día soleado (el primero en territorios antárticos que vemos a excepción de esas horas de extraordinaria luminosidad junto al paso de las ballenas).
Pese al viento y las condiciones del mar, el "Bremen" pudo fondear por unas horas en la base antártica chilena Capitán Arturo Prat, donde el recibimiento fue también muy bueno; es la más antigua base de Chile, inaugurada formalmente el 27 de enero de 1947, y está ubicada en la Península Guesalaga de la isla Greenwich, en el archipiélago Shetland del Sur. La construcción básica quedó formalmente inaugurada el 6 de febrero de ese año, pero desde finales del siglo XIX había presencia chilena en el lugar llamado antiguamente Puerto Soberanía. El interés por la Antártica comenzó luego del Congreso Internacional de Geografía realizado en Londres en 1895, atraídos por las noticias que habían llevado los exploradores europeos pioneros. En 1899, el legendario navegante inglés Robert Falcon Scott realizó varias expediciones en la Antártica, solicitando autorización de Chile para explorar en la Península y sus islas Shetlands, y algunas facilidades para realizar trabajos exploratorios en su Base Soberanía, tal como lo hacen en 1901, durante el Congreso Internacional de Geografía realizado en Berlín ese año, el profesor sueco de la Universidad de Upsala, Dr. Otto Nordenskjöld, y los alemanes con Deygalski.
La base chilena consta de tres cuerpos de edificios unidos entre si y posee anexo refugios temporales en proceso de construcción y un helipuerto, que la convierten en una pequeña aldea. Este destacamento alberga una población permanente de entre 12 y 17 personas y funciona como cabecera de la Gobernación Marítima de Chile en la Antártica. Entre los servicios normales que cualquier estación científica debe contar se destacan ademas una agencia postal (inaugurada en 1947) y un pequeño museo. Actualmente las comunicaciones de la base se realizan por medios satelitales. En un arranque de nacionalidad, hago valer mi chilenismo y simplemente le indico al equipo que nos instalemos a una orilla y trabajemos hasta que nos indiquen que debemos dejar de hacerlo. Me acerco a quien veo con cara de mayor autoridad, le presento al staff-Vogue, en dos palabras le explico el asunto y le digo con complicidad que me indique el lugar más cercano para tirar un cablecito y ubicar nuestro generador para conectar las luces. De inmediato, alguien se puso a nuestro servicio, nos ofrecieron chocolate, café, te con leche, pan amasado, y Diana con Polly saborearon la primera empanada de pino de su vida.
Nunca se nos limitó fotografiar hacia algún lugar de las construcciones, aunque nos ubicamos en las afueras de los almacenes y solamente enfocamos hacia los icebergs azules que se ven eternos frente a la base Capitán Arturo Prat. Pudimos trabajar casi cuatro horas, antes de hacer caso a la mirada del capitán Zander decidido a partir sin nosotros.
Con todos a bordo nuevamente, se pone proa rumbo a la Bahía de la Media Luna, en cuyas cercanías observamos una multitudinaria pingüinera, esta vez pingüinos papúa, con el pico rojo. El tiempo, con mucho viento, hace que la retirada sea pronta.
Siempre dormimos en el barco. El compás de la nave sugiere que el destino es abandonar la zona norte de las Shetland del Sur, con lo que la ruta hacia la extraordinariamente bella Bahía Paraíso está trazada. Frente a ella, se halla otra base argentina, la Almirante Brown. Sus costas están bañadas por las frías aguas del Gerlache Strait, estrecho que separa a la península de Anvers Island. Esta base se fundó en 1951 y muchos años más tarde, el 12 de abril de 1984, un médico que debía quedarse allí todo el invierno en soledad, la incendió debido a causas no demasiado conocidas y, desde ese entonces, se halla en un lento proceso de reconstrucción. Luego de una larga caminata y de reconocer algunos rincones del lugar, ubicamos sitios de trabajo, levantamos y desmontamos sets rápidamente para utilizar la luz que ese día estaba radiante, fotografiamos con Diana y Polly trabajando a vapor, en un esfuerzo alejado de todo el glamour que mostraremos después en la revista. El clima es una indicación constante de que es tiempo de volver a partir. Todos a bordo seguimos con rumbo al Canal Le Maire, navegado por primera vez por Adrien de Gerlache en 1898, que es el punto más austral que tocamos, a 64ºº 53'. La belleza del lugar tiene que ver con sus reducidas dimensiones: tiene una extensión de seis kilómetros y un ancho promedio de 700 metros, lo que lo convierte en un auténtico desfiladero marino; su entrada boreal, por la que se supone el barco ingresaría, está franqueada por dos inmensas columnas de roca. Si el clima se apiada de los deseos imaginarios de los visitantes, el espectáculo puede ser inolvidable. Las columnas nevadas, congeladas y sugerentes, tenían en el pasado un nombre propio de la mitología marinera: los navegantes las bautizaron "ONanniess Tits" (literalmente, "Las tetas de Nannie"), en honor de una prostituta de las Islas Malvinas, verdadera reina de los mares del sur que se hacía extrañar en los largos viajes antárticos.
El barco avanza a marcha lenta por el corredor en medio de un silencio y un contraste de colores imposibles de olvidar. El clima, salvaje e irrespetuoso, cambia en pocos minutos y el "Bremen" se ve amenazado en proa, popa, babor y estribor por enormes bloques de hielo que se aproximan velozmente. La nave es resistente, parece pensar el capitán Zander, pero lo aconsejable es emprender la retirada. En una rápida maniobra gira sobre sí misma, cambia su itinerario y apunta al norte. Desde ese preciso instante, el "Bremen" estaría cada vez más lejos del Polo Sur.
En este itinerario no prefijado, ahora el barco navega por el Estrecho de Gerlache rumbo a la Isla Decepción, destino que implica un día entero de travesía. Decepción, que forma parte del archipiélago de las Shetland, deja de ser tenuemente una mancha oscura en la lejanía y comienza a mostrar su forma de herradura. Al atravesar los Fuelles de Neptuno, la estrecha vía de acceso, se notan los restos de una vieja factoría ballenera británica que estuvo abandonada durante años y sólo las miserias de la Segunda Guerra Mundial provocaron que la inteligencia inglesa la ocupara para evitar que los alemanes instalaran allí una base de submarinos. Los temibles sumergibles germanos no se acercaron, siguieron al chileno y la isla tuvo que buscarse otro destino. Ya en tiempos de paz, Argentina, Chile y el Reino Unido instalaron en ese punto estaciones de investigación científica, pero ocurre que Decepción no es simplemente una isla de origen volcánico, es el mismísimo cráter del volcán. En 1967 la base chilena Presidente Pedro Aguirre Cerda fue destruida por un potente sismo y dos años más tarde la inglesa BAS corrió la misma suerte, sin que la reconstruyeran. Hoy, las bases de Chile y Argentina se dedican especialmente a estudios sismológicos, ambas están constantemente en proceso de reconstrucción. Envueltas en nieve, apenas se divisan antenas como signo de vida. Los icebergs corriendo muy rápido, con olas de agua elevándose a pesar del día despejado, nos obliga a seguir.
Con un delicado sol que se deja ver poco a poco y calienta con fuerza, el "Bremen" pasa nuevamente por los Fuelles de Neptuno para internarse en aguas conocidas y más calmadas, las del Mar de la Flota, para ir en busca de los últimos destinos posibles de acuerdo a nuestra posición, la Isla Pingüino, al sudeste de la Isla rey Jorge, a la que se ingresa luego de virar a estribor en Bahía Laserre. Allí conviven una cantidad inimaginable de pingüinos de "barbijo", similares a los De Adelia, pero con la zona que rodea los ojos y las mejillas blancas, con un angosto collar negro en el cuello. En los acantilados anidan imponentes petreles, lejos del alcance de todos, y más abajo, desparramados sobre la playa y las rocas, elefantes y lobos marinos esperan mudar totalmente su piel para volver al mar; este fue el concepto que nos aplicó Hilda O’Farrill en Vogue:
“El vestuario es nuestro propio termómetro, que nos protege del mundo extremo”. En lo personal, en Vogue mi función esencial ha sido hacer entrevistas y corregir ortografía, durante años, apoyando apenas la producción de modas con alguna redacción, una secundaria, la ortografía y gramática normalmente. Pero no sabía la concepción interna de la elección del vestuario, su dinámica y trasfondo. Lo entendí ahora, cuando en un día entero de calma en el mar, con muchas horas de sol para el trabajo de Diana y Polly, supe, por ejemplo, que nada de lo que se posaba llevaba piel de animal alguno, ni elemento sintético de ninguna especie, porque toda la ropa es de lana, a veces muy finamente trabajada, como en los diseños de Leticia Frietzche, combinados con lana cruda, de telar de Oaxaqueños, Mayas, Incas, Araucanos. La lana es el elemento ideal de prenda para vestir en la época fría. En un momento, Diana posó una túnica de lana cruda blanca, tejida con telar de pie Maya-Quiche, de la zona fronteriza entre México y Guatemala. que lleva un escudo mexicano finamente bordado casi del tamaño de la falda. Encima la cubre una manta de lana cruda negra con capa bordada a mano dibujando un sistema de grecas que me resultaron familiares: la Frietzche las bordó de cintillos y un manto araucano, de la zona sur de Chile, que compró en una breve visita en crucero que hizo a Punta Arenas: a esa tenida la llama “América una sola”.
El "Bremen" comienza el regreso, atravesando el Estrecho de Nelson rumbo al Paso de Drake, directamente a Tierra del Fuego. Cruzamos en 26 horas hasta el Cabo de Hornos, que no es un "cabo" propiamente dicho sino el extremo sur de una isla del Archipiélago Hermite. Estas islas que desde 1843 pertenecen a Chile, marcan el exacto punto de unión entre el Atlántico y el Pacífico, por lo que sus aguas nada tienen que envidiarle a las del resto del Drake. A medida que el navío se interna en el increíblemente bello Canal de Beagle por el oeste rumbo a Ushuaia, se ve en la distancia el reflejo de las luces y el faro de Puerto Navarino en territorio chileno. Al amanecer, cuando arribamos, nos hemos despedido agradecidos del capitán Ralf Zander, es la mejor elección. Diana y Polly tuvieron una especie de revelación en estas lejanías, que las devolvió notablemente más bellas al mundo, si es posible. Nosotros solamente anotemos que es verdadero lo afirmado por Howard Phillips Lovecraft:
"Todo el enmarañado conjunto estaba monstruosamente gastado por el tiempo, y la superficie de hielo de la que despuntaban las torres estaba sembrada de bloques y detritos caídos en época inmemorial. En los puntos en que los icebergs azules se hacen transparente podíamos ver las partes inferiores de los gigantescos edificios de la civilización que hay más abajo de los hielos".
Es cierto que adentrándose en la Antártica, el sol reviste de contornos mágicos las formas que brotan de raíces ocultas en la gran llanura blanca. Estas lejanías, apenas entrando en los hielos permanentes, a mi parecer, son una forma física de inspiración profunda. Sin embargo, la literatura es parca con la zona. Entre los escritores extranjeros, pienso en Edgar Allan Poe, que fue uno de los primeros que entró en espíritu al lugar (por supuesto que los escritores no necesitan ir a los lugares para hablar de ellos. Debe ser la razón de que al visitar durante años puros científicos la Antártica casi toda la literatura que existe es técnica). En el caso de Poe, recorría no sólo el terreno de la fantasía sicológica sino también le servía de liberación recorrer horizontes geográficos que nunca jamás pisó. En sus "Aventuras de Arthur Gordon Pymn", 1837, el protagonista embarca en la costa oeste norteamericana y llega en su bote hasta el extremo sur de América. Le suceden muchas aventuras hasta que es salvado y reintegrado a su hogar, sin novedad; ha "verificado" que la Antártica está habitada por hombres completamente negros, lo que contrasta con la blancura total del lugar; donde la luz es tan intensa que impide mirar y afirma que en el polo mismo hay una inmensa catarata "cayendo -dice- silenciosamente en el mar desde alguna inmensa y lejana muralla que se alza hasta el cielo".
Aún antes, en 1692, Jacques Sadeur, escritor francés, publica "Aventuras en el descubrimiento y viajes a la tierra Austral", donde dice: "Los australes son hermafroditas y se aman con amor cordial y no aman al uno más que al otro". Luego agrega: "Nunca percibí reproches, querellas ni animosidades... no saben lo que es mío y lo que es tuyo". El lugar lo describe "hacia el polo sur donde se encuentran prodigiosas montañas, más altas e inaccesibles que los Pirineos". La obra rescata ideas fantasiosas alimentadas por el desborde de los cartógrafos flamencos al servicio de España, encabezados por Ortelio y Mercator, que en sus mapas hacen aparecer ríos, montañas y largas costas que unen el sur de Chile con la nueva Guinea.
También paralelamente Julio Verne y Emilio Salgari se ocupan de la zona. Verne, que ha hecho navegar al Capitán Nemo a bordo del Nautilus, bajo los hielos, en sus "Veinte mil leguas de Viaje Submarino", dedica a E. Allan Poe una poco conocida novela titulada "La Esfinge de los Hielos", en 1897, donde en realidad continúa el viaje imaginario por el polo mismo. Emilio Salgari en "La estrella de la Araucanía", describe a una Punta Arenas, antiguamente conocida como "Puerto del hambre", como "una tierra de horrible aspecto... pródiga en tremendos huracanes... de abismos espantosos...". Pero también, un lugar que oculta "considerables riquezas". "El oro abunda en todas partes en forma de hijuelas y pepitas, algunas de los cuales llegan a pesar 50 gramos". Aunque el lugar está habitado por "tribus belicosas y, hasta hace pocos años, antropófagas". También Salgari publica "Al Polo Sur en Bicicleta", relato de tres amigos en un aparato de ocho ruedas con pedales y un pequeño motor a petróleo... En "La Isla de los Pingüinos", Anatole France escribe: "La reverberación de los hielos polares había cegado los ojos del anciano, pero una débil claridad se filtraba aún en los párpados cansados. Distinguió bultos animados que se oprimían en filas sobre las rocas, como una muchedumbre humana en las galerías de un anfiteatro... creyó hallarse ante hombres que vivían según la ley natural, supuso que el Señor le acercó a ellos para que les revelara la ley divina y los evangelios... y luego los bautizó... Al saberse en el Paraíso que los pingüinos habían sido bautizados, la noticia ni alegró ni apenó a nadie, pero preocupó a muchos".
Una descripción un tanto más templada es la del norteamericano Hermán Melville con su inquietante "Benito Cereño": "En la bahía Santa María, una isla pequeña, desértica, deshabitada del extremo sur, todo era gris. Callado y en calma, pero sobre todo, gris". Pero hay ocasiones que, de tomarse por ciertas, las ficciones pueden llegar a ser peligrosamente decisivas para la realidad. Horace Warpole, el ex primer ministro inglés, describió a una Patagonia habitada por gigantes. Pero que, "si son dueños de un imperio rico y floreciente, creo que deben ser subordinados a su majestad. No en la misma forma que lo hicimos con Virginia, Carolina y otras, sino como una Compañía Indoccidental".
En el siglo XIX, la Antártica en el mundo era conocida solamente por unos pocos relatos de navegantes, entre ellos, destacan los escritos por exploradores, como el inglés Robert F. Scott, que rescató lo que vio en su "Diario". En su obra "El Polo Sur", antes el noruego Roal Amundsen había realizado igual tarea. Se dice que Poe, afirmándose en los datos de algunos de estos exploradores (en especial Scott) y guiado por su intuición artística comenzó a germinar su "Gordon Pymn". En lo personal, en este paisaje antártico que comienzan a ver mis ojos, me siento entrando a otro mundo en este mundo, más brillante, casi transparente de locura refinada; también el adentrarme en esta tierra que brota clarísima del agua más azul que pueda verse, que empequeñece al hombre pero también le inspira, me brota cierta sensación de fortaleza en el alma. Se me provoca a profecía una obra de H.P. Lovecraft, "En las montañas de la locura", 1939, que se trata del Polo Sur resguardado tras elevaciones de 10.000 a 12.000 metros donde se ocultan, luego de 40 millones de años, los primordiales, seres venidos de otros planetas cuando la tierra era joven. El lugar de espanto que imaginó Lovecraft se transmutó en uno de maravillas, según el almirante Richard E. Byrd, curiosa conjunción de marino distinguido, explorador audaz y poeta pionero de la Antártica. En cinco expediciones, a partir de 1929, Byrd entregó a la humanidad el conocimiento más completo de la geografía del continente helado. Llevó su experiencia hasta el último extremo y decidió quedarse solo, en una caverna de hielo durante seis meses invernales de total oscuridad, en lo más profundo de la meseta central, en la latitud 80ºº Sur. El vio las estrellas que nadie había visto, las que el sol impide ver con su luz.
En su libro "Soledad", el Almirante Byrd, cuando todos se han ido y queda solo en la caverna de hielo, escribe: "Todo ahora es mío, las constelaciones, hasta la tierra mientras gira sobre su eje. Sí, una gran paz interna y la alegría infinita pueden existir juntas". Y más adelante: "El día muere y nace la noche. Armonía, eso es lo que brota del silencio, un dulce ritmo, el acorde de una cuerda perfecta, tal vez la música de las esferas. El universo es un cosmos, no un caos, y el hombre forma parte de ese cosmos con tanta justicia como el día y la noche". Cuando el Almirante Byrd vuelve a la civilización luego de su experiencia colosal, declaró: "Una parte de mi quedó para siempre en los 80ºº08' de latitud sur; lo que sobrevivía de mi juventud, mi vanidad, posiblemente, y por cierto, mi escepticismo. Por otra parte, me entregó algo que no había poseído antes plenamente: la apreciación de la absoluta belleza y el milagro de estar vivo".
Sin embargo, son los escritores chilenos quienes más han aportado a la historia literaria de la zona, en especial desde la primera mitad del siglo XX. Citemos al diplomático y autor místico Eugenio Orrego Vicuña; su libro "Terra Australis" es una valioso aporte a la bibliografía chilena, tanto por su depurado estilo, como las enormes proyecciones futuras que el autor deposita en la Antártica cuando se sabía muy poco de ella; en las páginas el autor nos transporta a estos hielos polares y detrás de sus palabras nunca deja de fluir un halo de fe tanto en el creador como en ésta su obra blanca. Poco después, en 1955, Salvador Reyes publica "El continente de los hombres solos"; el mismo autor de libros como "Barco ebrio" y "Ruta de sangre", en que su acción o el protagonista es el mar, lo ubican (entre otros, junto a Luis Enrique Délano y el Gran Almirante Augusto D'Halmar) como líder de los escritores del mar; llega a ser Presidente del Círculo Antártico."El continente de los hombres solos" está escrito como diario de viaje; es una bitácora trascendente, amena, en que los detalles cotidianos cobran inusitada importancia cuando el hombre se enfrenta al entorno natural no sometido. Otro escritor diplomático que se ha ocupado de la Antártica es Miguel Serrano. En 1956 publicó "Alguien llama en los hielos": se le criticó el delicado vocabulario empleado por los marineros en el buque antártico; se le reprochó que era imposible que un maquinista se expresara en forma tan correcta como él lo expone en la historia; sin embargo, este reparo de orden formal no afecta en absoluto el fondo profundo ni el contenido metafísico de "Alguien llama..." que, a mi parecer, constituye uno de los libros más extraños de la literatura chilena, un aporte a la literatura universal y por supuesto a la mitología que rodea también a la Antártica. No consideramos aquí una enorme cantidad de folletos, artículos, folletos y otros escritos publicados en medios de Chile y el extranjero acerca del sitio, pero debemos citar el libro "Antártica Chilena" de Oscar Pinochet (Premio de Ensayo otorgado por la Municipalidad de Santiago de Chile en 1944), una obra que por sus méritos jurídicos y geográficos afianza los derechos de un país en forma incuestionable; es decir como libro no estrictamente literario logra, sin embargo, narrar una epopeya épica con cifras y coordenadas. Tampoco podemos dejar de citar "Los conquistadores de la Antártica" de Francisco Coloane, un libro que los chilenos leemos desde niños; el autor de "El último grumete de la Baquedano", estuvo en la Antártica y su experiencia le alcanzó elementos que manejados por una mano como la suya, nos legó una obra magnífica. Conocí a don Pancho Coloane en casa de la ilustre artista Inés Bordes, donde lo vi otras veces y pude conversarle: era un hombre cálido y sencillo como son los hombres sabios; sin embargo también era un hombre duro, a la manera de los hombres de los mares del sur, que se enfrentan a 365 aguaceros al año y le hacen punta al temporal con una sonrisa confiada, a pesar de todo. Hasta donde sabemos, en 1958, con la aparición de "Los conquistadores de la Antártica" se acaba la literatura escrita en el siglo XX inspirada por el sitio.
Un escenario único de agua en sus tres estados de las que muchos han saciado su sed, también espiritual, porque hubo quienes recrearon en la Antártica mundos fantásticos inventados a imagen y semejanza de sus sueños, y siguen haciéndolo, como los pioneros buscadores del Santo Grial en la Antártica. Ellos nos han acercado a la zona con maravillosas historias de aparecidos en los hielos: gigantes blancos, seres fantásticos horribles como los Pie de Sombra, o angelicales como Nuestra Señora de los Hielos, transitando en senderos abiertos tan blancos que ni se les ve entre la nieve; y caminos ocultos que llevan al Antarktos, la deidad única ante quien se hinca el rey del Mundo y los Antiguos que viven más abajo de los hielos desde antes del hombre.
Edgar Allan Poe en su "Narración de Arthur Gordon Pym, como la tradujo Julio Cortázar, rescata en su obra un elemento que forma parte misma de la atmósfera antártica: el misterio. El tema de la novela consiste en un largo viaje por mar que culmina en los blancos hielos del extremo sur. Allí los viajeros se encuentran con aborígenes negros, un pueblo desconocido para el hombre blanco, cuya condición provocará en estos una compleja confusión de sentimientos opuestos, donde la atracción y el rechazo se entremezclan. Las páginas finales son una carrera suicida que parece no llevar a otra parte que al terror de lo vago, a un remolino demencial cuyo término no se halla en ningún centro ni en ningún vértice. Las respuestas son demasiado tímidas, casi ingenuas; los misterios están por descifrarse, pero jamás se logra develarlos; pues, al final del relato, Poe comienza otra historia, otra narración. Una historia que, por supuesto, aún se está escribiendo.
En la narración, Poe nos señala aquello que provoca terror en los habitantes de Tsalal, isla cercana a la Antártica, ocupada por indígenas de piel negra: temían al blanco, la ausencia de todo color que llenaba toda aquella región y al desesperado grito de Tekeli-Li, pues es el presagio funesto de la manifestación de su exterminio. La última imagen de la narración es la aparición de un gigante blanco cuyas proporciones eran mucho más grandes que las de cualquier habitante de la tierra, visión aterradora que fulmina al negro Nu-Nu. ¿Quién es este ser? ¿Cuál es el origen misterioso de Nu-Nu, Tekeli-Li y los otros aborígenes? ¿Cuál es la alegoría que canta Poe oculta en la blancura de la nieve como fuente de espanto? Hay algo indicado: Existe una confrontación entre lo blanco y lo negro. Lo cierto es que las raíces del enfrentamiento novelado de Poe, tiene directa relación con la luz y las tinieblas, el día y la noche; es decir, la confrontación entre los opuestos complementarios. Que es, por lo demás, la fuerza que hace vivir el Universo en equilibrio, nuestros Polos Norte y Sur. Lo que está arriba y lo que está abajo, perfectamente ubicados, perfectamente unidos en un punto preciso donde se juntan: una fracción mínima que los Yogas Tántricos denuncian en la energía que impulsa el orgasmo. Lo que da nacimiento a todo. Es decir, la oposición no es absoluta, ya que blanco y negro tienen el mismo origen, obedecen a un mismo principio. Esto adquiere claridad cuando pensamos en el paisaje antártico, en que una base de avanzada diminuta, siempre pintada de colores muy oscuros para contrastar en la lejanía de los cerros de blancura, en que se hace visible desde distancias enormes. Dice René Guenón (en "Símbolos fundamentales de la Ciencia Sagrada"): Negro y Blanco son expresiones de lo No Manifestado y de lo Manifestado, respectivamente. Sin embargo, esta regla tiene excepciones y, a veces, nos encontramos en la situación inversa; o sea, donde el negro corresponde a lo Manifestado y el blanco a lo No Manifestado. La Antártica, según nuestro Juicio, sería uno de estos casos excepcionales. El blanco polar es lo No Manifestado, el velo que esconde el Secreto.
Es cierto que el color blanco de todo es lo más impactante en la Antártica. Y es una singularidad que llama la atención de todos. El escritor norteamericano Herman Melville, por ejemplo, en su novela "Moby Dick la Ballena Blanca" dedica todo un capítulo a la blancura de la ballena. Este capítulo es una suma de pensamientos en relación al blanco de aquella ballena y a las emociones que éste provoca. El principio sobre el cual se sustenta Melville es el mismo sobre el que se basan las ideas de Poe y Lovecraft; a saber, el miedo humano hacia el blanco: Lo que me anonadaba sobre todas las cosas era la blancura de la ballena. El autor mencionará a muchas otras bestias de blanco: el oso polar, el tiburón blanco, el albatros, cuyo no-color hará que la sangre se le enfríe solo con su presencia. ¿Cómo es posible que este color que representa la espiritualidad, el propio velo de la deidad cristiana, según Melville, sea a la vez un signo de profundo horror? El blanco antártico, en la obra de H. Melville, es lo indefinido, lo que es y lo que no es, y también lo dual, lo misterioso por antonomasia. La sensación de estar pisando un velo blanco misterioso que oculta otro misterio enorme. En la página final de Narración de Arthur Gordon Pym, escribe Poe: Muchos pájaros gigantescos, de una blancura fantasmal, volaban continuamente viniendo de más allá del velo blanco, y su grito, mientras se perdían de vista, era el eterno ¡Tekeli-li!. Todo en la novela de Edgar Allan Poe induce a cantar el blanco antártico como un símbolo de terror y, por consiguiente, de misterio.
En otras apreciaciones de la influencia del color blanco antártico en el mundo, hay quienes la entienden como indicación de códigos morales y sociales. Julio Cortázar, en el prólogo de su traducción de Poe indica: La lucha entre lo blanco y lo negro que se representa en "Narración de Arthur Gordon Pym", es una manifestación del pensamiento racista de Poe, quien no disimuló jamás sus opiniones en favor de la esclavitud. El pensamiento racista de Poe está asociado con una posición muy crítica contra la democracia: Odiaba a la Turba y despreciaba la democracia, señala Ferrari y Baudelaire, en el prólogo de Nuevas Narraciones Extraordinarias de E.A. Poe, citando un pensamiento que revela la filosofía política de Poe: El pueblo no tiene nada que ver con las leyes, si no es obedecerlas.
El chileno Miguel Serrano, escritor y viajero, es autor de obras como "Ni por Mar ni por Tierra", "La Serpiente del Paraíso", "El Círculo Hermético", "Elella, Libro del Amor Mágico", "Nietzsche y la Danza de Siva" y "Las Visitas de la Reina de Saba", con prólogo de C. G. Jung. El mito antártico adquiere en su obra la mayor fuerzas en dos libros: "La Antártica y otros Mitos", Santiago, 1948 y el ya citado "Quien llama en los Hielos", Santiago, 1957. El primero de ellos es la transcripción de una serie de conferencias dictadas en Santiago, y su portada es reveladora: un dibujo de un gigante bicorne alado emergiendo de las blancas nieves y portando un tridente. Desde el comienzo, Serrano hace gala del sincronismo que mantiene con Poe. El relacionará numerosas leyendas antárticas: los bellos relatos de los Onas (antiguos habitantes de La Tierra del Fuego), la leyenda de la Virgen de los Hielos, el continente perdido de Lemuria, el gigante de Poe y, aún, la atrevida idea que Adolf Hitler, su cuerpo congelado, mora en el frío Antártico. En su obra rescata también otros misteriosos moradores de las nieves eternas. Serrano conoce el relato de Poe y señala en relación al Gigante Blanco: Es que Poe conocía la leyenda de los Sélcnam sobre los Jon que habitan la Isla Blanca. El mismo Serrano (en La Antártica y otros mitos) narra quienes son los Jon y a qué se refiere cuando habla de Isla Blanca; allí explica que los antiguos Onas (los Sélcnam eran sólo una tribu Ona) creían en la existencia de los Jon: humanos de casta aristocrática dotados de facultades sobrenaturales y poseedores de los Misterios: Fueron los Jon, magos Sélcnam de la Tierra del Fuego, los que conservaron los secretos enseñados por Quenós y los que aun se inmortalizan embalsamándose dentro de los hielos del sur, para resucitar renovados en el más lejano futuro. Dicen también los Sélcnam, que es en el Sur, allá, en esa "Isla Blanca que está en el Cielo" donde moran los espíritus de sus antepasados, haciendo una vida libre de preocupaciones. Todo indica que la Antártica es la Isla Blanca de la que hablan las viejas leyendas Onas, cuya cosmogonía indica en el lugar seres fantásticos, y una entidad que bajó del círculo rojo del cielo y mora con los Antiguos más abajo del manto blanco.
La inquietante posibilidad de que exista una entidad no-humana en la Antártica, la registra también Serrano (en “La Antártica y otros mitos”): Sin embargo, en ese continente del reposo y de la muerte alguien vive. Un prisionero se agita, teniendo por medio habitable el fuego ardiente y eterno. En "Quien llama en los Hielos" anota: Yo he visto a ese ser, a ese Ángel negro: ahí, en su recinto del Polo Sur. Es en una inmensa cavidad oscura donde reside... Espacios enormes, sin límites, livianos y deprimentes a la vez, que se extienden, con seguridad, por el interior psíquico de la tierra, debajo de los hielos eternos. Y así se mueve el Zinoc... Asciende o desciende, hasta el extremo de esa cavidad y, desde ahí, se arroja a una velocidad vertiginosa en demanda de su otro extremo, de su final inalcanzable. Toda la eternidad lo ha pasado en este esfuerzo, cayendo de cabeza, tratando de alcanzar el lugar antipódico del que ha sido proscrito en el comienzo mismo de la creación. El norte es su sueño, su anhelar profundo y su mayor sufrimiento. Y citemos al mismo Serrano respecto la vinculación entre los colores y la Antártica: Existe además una relación entre el color y el polo. Los pájaros negros tienden a desaparecer de estos mares y les es muy difícil alcanzar las latitudes extremas de la Antártica. En cambio, las aves de plumaje blanco soportan el frío mucho mejor. En "Quien llama en los Hielos", relata un sueño, en el cual un misterioso ser le dice: La inmortalidad se logra entre los hielos -me respondió- y se consigue helándose. No soy nadie, ni nada puedo hacer ahora. Tu gran combate será con el Ángel de Sombras. Serrano destaca sobre todo la tradición de los Onas en sus conferencias sobre los Mitos de la Antártica, para insinuar posibles claves: Fue Quenós quien empezó a crear la tierra, de arriba abajo. Pero antes, con arcilla blanca modeló a los Hohuen, seres gigantescos y transparentes como ángeles. Apenas creados, los Hohuen comenzaron a luchar entre ellos. Sin embargo, no podían morir. La mitología Ona señala que los Hohuen (los Antiguos) fueron creados con hielo. Esto, en verdad, señala su origen geográfico: la Antártica.
He aquí los mismos rasgos arquetípicos de los Antiguos en la obra de Howard Philips Lovecraft: seres de gran tamaño, poderosos, belicosos, no-humanos e inmortales. Lovecraft en “En las Montañas de la Locura” anuncia, luego que hubieran llegado de su mundo remoto en las estrellas: Se fundaron nuevas ciudades terrestres, las más importantes de ellas en el Antártico, ya que aquella región, escenario de su llegada, era sagrada. A partir de entonces, el Antártico fue como antes el centro de la civilización de los Antiguos, y todas las ciudades construidas allí por la prole de Cthulhu fueron destruidas. Más adelante, el narrador de la novela de Lovecraft indicará que los mapas encontrados en la vieja ciudad polar muestran que las ciudades de los Antiguos en la época pliocénica se hallaban en su totalidad, por debajo del paralelo 50 de latitud sur". Según las crónicas, el pasadizo que unía el continente blanco con el sur de Chile y Argentina. En “En las Montañas de la Locura", trata de las aventuras de una expedición científica a la Antártica, pero, el protagonista, antes de iniciar su relato, insiste en advertir a los posibles lectores que aquel continente no debe ser horadado por mano alguna, no vaya a ocurrir que se despierten horrores que no deben ser liberados. El horror que no debe ser perturbado es la raza de los Antiguos y sus esclavos, los Shoggoths. En la mitología lovecraftiana, los Antiguos son horribles deidades que bajaron desde el cielo y que hicieron de la Antártica su primera base. Estos gigantes de cabeza en forma de estrella crearon al hombre y también a los Shoggoths, torpes bestias de carga, sumisas en un comienzo, pero que más tarde fueron capaces de conducir una rebelión en contra de sus señores. Es difícil sustraerse a la tentación de comparar esta emancipación con el combate bíblico entre Dios y sus Ángeles fieles contra el Primer Rebelde, Lucifer o Prometeo. Los Antiguos se defenderán de esta amenaza por medio de un arma devastadora: Los Antiguos utilizaron unas curiosas armas de perturbación molecular y atómica contra los entes rebeldes, y al final abrazaron una completa victoria. La narración hace turbadoras referencias a un libro espantoso de saber prohibido: El Necronomicón, del árabe demente Abdul Alhazred. Este obscuro texto es un elemento clave en la narrativa de Lovecraft, es la fuente de su cosmogonía y de su teología. El Necronomicón habría sido consultado por algunos de los miembros de la expedición antártica, especialmente por Danforth, que era un estudioso y un gran lector de temas extraños que había hablado mucho de Poe, además él era uno de los pocos infortunados que había tenido el valor para examinar en forma exhaustiva el condenado libro. Danforth, se referirá en repetidas ocasiones al Necronomicón y hará tímidas referencias sobre la posibilidad de que la oscura Meseta de Leng, aquella tenebrosa región, cuya ubicación ni el mismísimo Alhazred fue capaz de precisar, en verdad sea un antiguo nombre para señalar la Antártica. Más que la narración en sí misma, al igual que en la obra de Poe y Serrano, la atmósfera de terror de la novela está dada por el paisaje y por el ambiente urdidos por la pluma de Lovecraft. En efecto, él fue siempre fiel a un principio según el cual lo más importante en la literatura de terror no es tanto la trama, si no el ambiente o la atmósfera que crea el escritor y los sentimientos y sensaciones que transmiten el lector. Angela Carter, en un excelente estudio acerca del escritor, ha señalado que la Antártica de Lovecraft es el más terrible de todos sus paisajes. Este desolado reino del hielo, el lugar de donde le llegaba la niebla y la muerte al viejo Marinero de Las Montañas de la Locura es, al mismo tiempo, una versión realzada de la Antártica real, y una visión de la aborrecible meseta de Leng, el techo del mundo, donde la pluma de Lovecraft nos permite sentir incluso el paso del frío viento polar: El terrible viento antártico soplaba a intermitencias, y su cadencia tenía para mí un vago sonido musical, semejante al eco de unos caramillos silvestres, que por algún motivo ignorado me parecía inquietante e incluso amenazador. Sus elementos son este viento, la soledad, la lejanía, las leyendas, el hielo, el olor y, por supuesto, los habitantes de ese yermo, que ocultos en la blancura no están muertos, si no que esperan ser despertados de su sueño conjurado. El título de la novela se refiere particularmente a la gigantesca cordillera donde se hallan las colosales ruinas de las ciudades de los Antiguos, una región de alturas imposibles de alcanzar por la mente y los sentidos de un hombre normal y donde lo asombroso es la regla. Adentrarse en aquellos lugares significa penetrar en el subconsciente; eterno océano cósmico de arquetipos: Era como si aquellos chapiteles de pesadilla constituyeran el umbral que daba paso a prohibidas esferas de ensueño, a complejos abismos de tiempo, espacio y ultra dimensionalidad remotos. Un mundo enorme que empequeñece de inmediato al hombre. Aquellos exploradores de la fría Antártica, sentirán esta molesta sensación de insignificancia, y entre aquellos que poseen un nivel más alto de comprensión, como es el caso de Danforth, enloquecerán. Al final serán ahogados por la terrible inmensidad y la devastadora opresión de la soledad en las turbulentas aguas de la locura. Otro elemento de horror es el misterioso grito que ya habíamos mencionado cuando es citado por Edgar Allan Poe. Sí, el temible ¡Tekeli-li! Las palabras de Poe se transforman por medio de la magia de Lovecraft en el pájaro que avisa la muerte, el misterio cargado de amenazas. Pues es el encuentro con el horror más terrible: la voz misma de los Shoggoths. Danforth que conocía la obra de Poe, dirá que estaba interesado debido al escenario antártico de la única novela larga de Poe: la desconcertante y enigmática narración de Arthur Gordon Pym. Como vemos, la literatura de Poe es el punto de referencia para Lovecraft. También coinciden señalando a la Antártica como el lugar donde hicieron su entrada los Antiguos. El Polo Sur es la Puerta. Desde allí las huestes luciferinas ascenderán hacia el Polo Norte, hacia la mítica Hiperbórea, en un camino de representación de la ascesis esotérica aplicable a la salud humana con técnicas de gimnasia por los distintos chakras corporales y que es la vía de toma del poder divino, precisamente lo que el Demiurgo castigó. Miguel Serrano en una entrevista dijo: La Tierra es un astro, un ser vivo, que está aquí, que tiene sus distintos órganos, y la parte correspondiente al sur del mundo, y al Polo, corresponde a los órganos sexuales. Así, el Polo Sur -que es el sexo del mundo- es la guarida de los Antiguos. Y aunque hayan ocupado también otros territorios, volverán allí a construir sus ciudades. René Guénon, en una crítica a la interpretación de Eliphas Levi sobre el Infierno de Dante, dice: Esto es cierto en un sentido, puesto que el monte del Purgatorio se formó, en el hemisferio austral, con los materiales arrojados del seno de la tierra cuando la caída de Lucifer cavó el abismo.
Esta intuición de algunos escritores se inicia con la idea sobre la presencia de una Tierra Austral según declaró el sabio griego Pitágoras de Samos, quien sostuvo que nuestro planeta era una esfera y que por simetría debería haber, además de la que él conocía, otra tierra más al sur, la que luego se denominó Terra Australis Incognita, que compensarían a las tierras heladas del norte, conocidas como Arktos, que en griego significa Oso y hace referencia a la constelación de la Osa Mayor, la que sólo es posible observar desde el hemisferio norte, y también a la presencia de osos polares. En contraposición, nace el término Antarktos. formado por la partícula privativa ANT que significa Opuesto a y la palabra Arktos ya conocida. Al escribir en castellano Antártica se está diciendo que es el continente sin osos y que es el lugar opuesto al Ártico, el Norte. Desde entonces varios escritores reconocen al Polo Sur como Puerta y Guarida de los Antiguos, señalando algunos que pudieron haber pertenecido por tradición a una corriente determinada de pensamiento filosófico y social, o iniciados en el esoterismo. Sin embargo, nos negamos a creer que la imaginación del hombre tenga que ver con hermandades secretas. La poderosa intuición en ellos fue haciéndose lúcida a través de sus lecturas y a la justa interpretación de los mensajes que le llegaban del mundo de sus sueños, de donde salen aquellos inventos realizados por el puro placer de inventar.
El viaje externo realizado por quien visita la Antártica se hace también un viaje interior. El viaje hacia el Centro del Sur, el Polo Sur, es la senda conductora al Centro del Mundo Inconsciente. De allí su dificultad: verse arrastrado en las turbulentas aguas de los sueños, de miedos y traumas, o distraído por ciertas delicias engañosas. Esta turbadora realidad ha quedado representada en las páginas finales de “En las Montañas de la Locura”, donde Lovecraft narra escenas que transcurren en vertiginosos laberintos bajo tierra, sitios donde serán descubiertos el narrador y el joven Danforth por un Shoggoth, el cual viene a significar el enviado del Rey del Mundo, que mora bajo los hielos pero que puede cambiar incluso el karma de los seres que viven en el exterior del planeta. El milenario Antarktos, que a semejanza del Minotauro, está ubicado en el centro del laberinto de hielo que debe cruzar quien desea entrar a ese otro mundo en este mundo, es quien lo ordena todo. Como es regla en los laberintos, su principio fundamental es la selección: No cualquiera debe entrar allí. Es una de las pruebas finales, aquella que mide las destrezas adquiridas en el largo camino de la ascesis gnóstica. Es la última partida de ajedrez, en la cual uno se enfrenta con un enemigo que sigue nuestro avance y que nos conoce. Es el enfrentamiento contra el más terrible de los monstruos: el que llevamos dentro de nosotros mismos. Desde esta perspectiva, se puede decir que el narrador prohíbe, en términos de una advertencia, la exploración y explotación de la Antártica para señalar, en realidad, que nadie debe atravesar el mundo de lo inconsciente sino está preparado, pues podría no regresar. En su bello poema Antarktos, H.P. Lovecraft escribe:
En lo hondo de mi sueño el gran pájaro susurraba extrañamente
Hablándome del cono negro de los desiertos polares,
Que se alza lúgubre y solitario sobre el casquete glaciar.
Azotado y desfigurado por los eones de frenéticas tormentas.
Allí no palpita ninguna forma de vida terrestre:
Sólo pálidas auroras y soles mortecinos
Brillan sobre ese peñón horadado, cuyo origen primitivo
Intentan adivinar a oscuras los Ancianos.
Si los hombres lo vieran, se preguntarían simplemente
Que raro capricho de la Naturaleza contemplan:
Pero el pájaro me ha hablado de partes más vastas
Que meditan ocultas bajo la espesa mortaja de hielo.
¡Dios ayude al soñador cuyas locas visiones le muestren
Esos ojos muertos engastados en abismos de cristal!
Los derechos escritos de Chile sobre la Antártica arrancan de un documento estremecedor cuyos orígenes arrancan de la antigüedad oculta, posiblemente de la Prehistoria, descubierto el año 1929 abandonado en un palacio de Estambul, documento que es la cuarta parte de un planisferio inscrito en una piel de gacela fechado en 1513 y firmado por el almirante de la escuadra otomana de nombre Piri Reis, que se conserva intacto hasta hoy y reproduce en nueve colores con gran precisión el contorno de las tres Américas -del Atlántico y del Pacífico-, la parte occidental de Europa y África y, lo más sorprendente, la costa norte de la Antártica, que no sería “descubierta” hasta tres siglos después, en 1818, aunque pobladores chilenos en el continente blanco existieron desde el pasado de los tiempos. Ese mapa registra la cordillera de los Andes, la costa de Brasil y de Argentina y todo lo que es el Chile actual entre Arica y Puerto Montt, y aunque se rescata el Estrecho de Magallanes que fue descubierto en 1520, diseña a la Antártica unida a Chile, lo que se ha podido comprobar en el siglo XX utilizando fotos satelitales, ondas sísmicas y otras mediciones submarinas que denuncian una masa continental hundida en las aguas, la que se calcula pudo haberse hundido hace unos once mil años, antes de la última Era glacial que vivió la Tierra. La Antártica en este documento excepcional figura con su relieve en detalle en este mapa del cartógrafo Piri Reis, cuya autenticidad fue certificada por sabios europeos en 1931, y por la Marina de USA en 1950, dando testimonio de la exactitud de una superficie que sólo se puede captar mediante fotos aéreas o desde el espacio, y sin que el territorio esté cubierto de nieve como lo vemos hoy. La explicación del conocimiento rescatado en este documento es atribuirle acceso a otros mapas de origen remoto a los que tuvo acceso Piri Reis, que vivió entre 1470 y 1554, y fue el cartógrafo oficial del sultán turco Solimán El Magnífico, bajo cuyo reinado alcanzó el grado de almirante en las flotas del Mar Rojo y del Golfo Pérsico. Se dice que su retrato de los mapas del mundo están basados en veinte mapas antiquísimos que a la vez reproducían otros más antiguos que alguna vez estuvieron en la biblioteca que heredó el sultán de sus mayores, citándose entre ellos los ocho mapas de Plotomeo, el geógrafo griego del siglo II, que nació y vivió en Egipto a la sombra de la Biblioteca de Alejandría, donde se conservaban antes de su incendio -y en vida de él- mapas del tiempo de los faraones, los fenicios, los cartagineses y los babilonios; también se han mencionado otros de la época de Alejandro Magno, en el siglo sexto antes de nosotros, cuando ya se había establecido la esferecidad de la Tierra, dos mil años antes de Cristóbal Colón. Piri Reis también pudo haber utilizado en 1513 algunos “portulanos”, que eran cartas marítimas de fines de la Edad Media y el Renacimiento, de origen árabe y portugués. E incluso se sostiene que pudo haber utilizado información de los propios levantamientos cartográficos de Colón en su primer viaje a las Antillas en 1492, que la Corona de España perdió cuando le fueron arrebatados por piratas turcos a navegantes españoles, miembros de la tripulación que había participado en el descubrimiento de América.
La consideración cartográfica que une directamente a la Tierra del Fuego con la Antártica que detalla Piri Reis en su mapa de 1513, como en otro de 1528 (hizo un total de 215 cartografías, con comentarios escritos al margen), incidió pionera en las concesiones del Rey de España sobre las tierras más australes del mundo a Pedro Sancho de la Hoz (1539), Pedro de Valdivia (1540), Francisco de Villagra y García Hurtado de Mendoza (1558), que extendieron los derechos de los gobernadores de Chile hasta el mismo Polo Sur, cuando basados en estos mapas, recibieron la orden en Santiago del Nuevo Extremo de “explorar y poblar” los territorios al sur del Estrecho de Magallanes, que creían prolongándose sin interrupción hasta el centro mismo del continente blanco, que hoy los adelantos de la ciencia comprueban como una señal inequívoca y antecedente jurídico de posesión en la Antártica que sólo Chile puede exhibir.
(c)Waldemar Verdugo Fuentes.
Collages del autor.
Serie CHILE.
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Por Waldemar Verdugo Fuentes
Premio Crónica Histórica Chilena Consejo Nacional del Libro y la Lectura de Chile.
El barco se separa lentamente de la rada del puerto fronterizo de Ushuaia, en territorio argentino, frente al Puerto Navarino de la Isla Navarino, en la XII Región de Chile, Magallanes y Antártica Chilena. El informe meteorológico indicaba mal tiempo. Justo ahora que debemos partir al fin rumbo a la Antártida y luego de dos días de sol pleno y cielo despejado que nos tomó hacer las conexiones necesarias. Sin embargo aquí estamos y el frío sin lluvia ha hecho que nuestro viaje se inicie más bien en silencio, con las modelos del staff-Vogue que han venido, la mexicana Diana Abarca, y Polly Lyon, que fue enviada desde la agencia en Nueva York, desde donde llegaron directo a Santiago, muy propias, y aquí están al fin del mundo en Punta Arenas, sobre sus abrigos, literalmente envueltas en frazadas, y el equipo en pleno vestidos con ropa antártica, especialmente gorro con viseras y guantes, además de los anteojos con protección porque el estar nublado no impide en absoluto el ataque de los rayos ultravioleta, todos entumidos de frío. Max Clemente, el fotógrafo mexicano del staff-Vogue que cubrirá el trabajo gráfico, Allen Carter, que realiza un reportaje para el National Geographic, y quien esto escribe, somos los más adaptados en el viaje en barco que hemos emprendido de ocho días por la Antártica frente a Sudamérica. La primera intención de Vogue fue fotografiar el reportaje en diversas bases ubicadas en la Península antártica chilena, pero, en Punta Arenas, a pesar de vanos esfuerzos, la burocracia perdió al equipo en esperas imposibles de tiempo para autorizaciones que deben ser siempre consultadas a Santiago, con costos de un staff que se paga por horas: se conversó, entonces, con la secretaría de Turismo de Tierra del Fuego Argentina, y en dos días tuvimos los permisos para trabajar en bases de Argentina como sitio del reportaje para este invierno del norte.
Ahora cae la tenue noche sobre la Tierra del Fuego. El barco se mueve lentamente por el Canal de Beagle rumbo al Atlántico. Sus potentes motores diesel apenas se escuchan. Las luces de Ushuaia comienzan a empequeñecerse. Acaso nadie perciba que este barco antes zarpó muchas veces y que este nuevo capítulo no puede tener otro propósito que el de rendir tributo, respeto, homenaje y admiración a todos los que ya han hecho el viaje. También a los que todavía están allí, a los que no regresaron. Tal vez nadie recuerde que ese trayecto rumbo a los confines ya había sido imaginado hace más de dos mil años, por personas que solo podían pensar sin alejarse demasiado de los arrabales del patio de su casa. Los antiguos griegos ya sabían que este viaje se realizaría alguna vez: simplemente, los geógrafos de Grecia trazaron un continente imaginario donde se supone que debía existir el Polo Sur. Sabían que debía estar allí y que algún día alguien llegaría hasta él nada más en la fe de un planeta armónico, y si existe un Norte debía existir un Sur. Y así era. Pero antes la "terra australis incógnita" siempre estuvo allí, desafiante, con su casi infinita noche invernal y sus breves oscuridades estivales. Allí no había nadie.
La embarcación “Bremen” es alemana, aunque por cuestiones relacionadas con los impuestos su bandera es de las Bahamas. Incluso en su popa dice, con letras gigantes, "Bremen, Bahamas", lo que produce una inmediata confusión geográfica de alcance intercontinental, que nos obligó a tener siempre en cuenta eludir cualquier toma con vista a la mención de Las Bahamas en un reportaje situado en la Antártica. La nave tiene toda la historia y la tecnología a su favor. En su puente de mando, radares y decenas de relojes lo ponen al tanto de todos los detalles que encontrará a lo largo de su ruta de navegación. El capitán, Ralf Zander, es altísimo, de unos cincuenta años, con vestimenta, modales, voz y corpulencia de capitán, con una biografía en que se anotan todos los mares del mundo. Su porte es el del hombre seguro de su oficio. Pudimos elegir otro medio de transporte, pero todas nuestras averiguaciones nos llevaron al capitán Ralf Zander, que en un viaje a la Antártica la noticia de que Zanders llevará el timón es una noticia tranquilizadora.
Y el barco va. La primera parte del trayecto no es fácil. Hay que atravesar el legendario Paso de Drake, una distancia de casi mil kilómetros que separa a la Antártica de América del Sur. Aquí, en medio de constantes vientos, se unen el Atlántico y el Pacífico, por lo que las aguas casi nunca están tranquilas. El Drake, que tiene una profundidad promedio de 3.500 metros, honra con creces su reputación, con ráfagas que orillan los 80 kilómetros por hora. Los crujidos y cabeceos del barco parecen lamentos y voces de ultratumba, el viento silba y penetra con fuerza por las aberturas que se ven herméticamente cerradas, mientras que olas de más de cuatro metros golpean con fuerza la estructura de la nave germana, que se enfrenta gloriosamente acostumbrada a hacerle lucha al temporal. A bordo, tripulantes y pasajeros parecemos extras de una película cómica del cine mudo, todos caminando o "rebotando" contra las paredes de los pasillos en "cámara rápida". Durante esas primeras horas de recorrido, Diana y Polly encerradas en su camarote un día entero, y aún necesitarían otro más para acostumbrarse al mar, conversando con quiera contarnos algo y con el resto del equipo inspeccionando el sitio para planificar qué tomas podíamos fotografiar, siempre bien afirmados de alguna parte para no terminar uno desparramado por el suelo. A pesar del mareo pasajero y uno que otro moretón, el Drake vale la pena. Se atraviesa en poco más de cuarenta horas, sin que nunca se pierda cierta emoción cautivante que envuelve a quien cruza. Nada se ve y nada ni nadie se cruza durante ese lapso; sólo algunas aves marinas se acercan a la estela del "Bremen", pese a que ninguna costa puede sospecharse en la lejanía. En ese lento tránsito hacia la Antártica, el Paso Drake enseña perspectivas diferentes. Para empezar, el horizonte es perfectamente circular y las jornadas ya no se pueden separar como en los mundos habituales de cada pasajero: el verano antártico propone días eternos, con atardeceres que se producen casi a la medianoche y amaneceres que surgen de la nada a las dos de la madrugada. En el medio nunca hay plena oscuridad y la efímera noche se parece a una tarde otoñal. A las 33 horas de navegación comienzan a aparecer, fantasmagóricos, los primeros icebergs, que interrumpen la perfección del horizonte y que se hacen cada vez más frecuentes a medida que el barco se aproxima a la zona geográfica de influencia de las islas Shetland. Durante el resto de la travesía, ellos serán los nuevos, peligrosos y estéticos compañeros de ruta. El fin del Drake se acerca inexorable. No muy lejos, como escondidas en alguna parte, se avistan las Shetland del Sur, ubicadas al noroeste de la Tierra de OHiggins, separadas de ella por una amplia faja de mar llamada Estrecho de Branfield.
Las últimas horas de navegación en mar abierto previas al primer desembarco permiten advertir incontables signos de vida. Petreles, skuas, palomas antárticas, cormoranes de ojos azules y otras aves, así como elefantes y lobos marinos, pingüinos de diversas clases, focas y la inmensa cola de alguna que otra ballena jorobada. El "Bremen" reduce su velocidad y navega apaciblemente, ahora en un mar calmo y extraordinariamente azul, frente a la Isla Rey Jorge, en territorio antártico chileno, que es la isla más grande de las Shetland y en los mapas argentinos figura con el nombre de "25 de mayo". En la Bahía Potter fondea frente a la base permanente de Argentina Teniente Jubany, un establecimiento militar comandado por las tres fuerzas armadas argentinas y en la que colaboran científicos alemanes. En los mástiles de la base, tal la costumbre de bienvenida, flamean la bandera argentina junto a la germana, bandera de la nave visitante.
Es cierto que las condiciones climáticas son extremas en la Antártica, sin embargo, alrededor de la Tierra de OHiggins, en las cercanas Shetland del Sur, el clima no es tan riguroso, y durante el verano es posible vivir días en que solamente los majestuosos témpanos recuerdan que se está en el Polo Sur. Esta área más cálida se extiende hasta las Islas Orcadas y Georgias del Sur, en territorio antártico argentino. Cobija la zona uno de los ambientes marinos de mayor diversidad y productividad de vida antártica. En la Base Jubany Los temas de investigación en Jubany se focalizan en ecología, biología y fisiología de aves y del Elefante marino del sur, y en ecobiología. costera, incluyendo desde algas a invertebrados y peces.
Alrededor de las instalaciones conformadas por pocas casas y dos grandes galpones, caminaban pájaros skúas en busca de comida, como gallinas de chacra. Los skúas son pájaros de rapiña, vagos, que en lugar de pescar su propio pescado se comen los huevos y pichones de pingüinos y petreles, que son verdaderos pescadores. Se han adaptado perfectamente a la vida en la Base. Después fuimos muy lejos a ver las focas elefantes. Estaban durmiendo en la playa. La colonia del Elefante marino del sur que reside en esta zona incluye unas 650 hembras. A lo lejos, el gran pico Melville domina el paisaje con sus 563 metros. Más apartadas dormían focas peleteras, que son más ágiles y les dicen lobito. Entre las aves, a casi siete kilómetros de la base nidifican alrededor de 14.000 parejas de pingüinos Adelia, unas 2500 parejas de pingüinos papúa, y 250 parejas del Pingüino de Barbijo. Otras destacadas especies nidificantes en el área son el Petrel Gigante, el Petrel de Wilson, la Paloma Antártica, el Skúa Grande y el Skúa Antártico, la Gaviota Cocinera, y el Gaviotín Antártico.
En Jubany hay una estación meteorológica, a cargo de la Fuerza Aérea Argentina, actuando la cercana base Marambio como cabecera. Del análisis de registros de temperatura de distintas bases antárticas, se ha detectado un aumento desde la base Orcadas hacia la Península Antártica, y al ritmo presente, significaría un incremento de 1 grado C en 20 años. Del aumento de temperatura y consecuente retroceso de los hielos terrestres, resultarán cambios en el nivel de los mares. Durante el invierno la temperatura media es de 20 grados bajo cero y los vientos, casi en forma constante, soplan a velocidades que oscilan entre 50 y los 65 kilómetros por hora. Además, de acuerdo al relato de los usuales habitantes, la Bahía Potter se congela absolutamente, por lo que los encargados de bucear deben hacerlo a través de enormes agujeros que se hacen en la capa de hielo. Hasta ahora, los buzos no han bajado más allá de treinta metros de profundidad. En Jubany funciona una estación meteorológica donde además, se realizan investigaciones sobre el krill y el zooplancton y la influencia que sobre ellos ejerce la radiación solar, la fauna y la vida marina en general. Con el Bremen detenido a unos cuatrocientos metros de la costa, a la base argentina se llega a bordo de lanchas muy seguras a motor. Allí viven casi setenta personas, entre científicos y militares y mayoritariamente población civil, compuesta por técnicos y artesanos (nos dice el aseador Hernández, 28 años: Yo soy veterano de la Guerra de las Malvinas, cuando quedé sin trabajo un programa del gobierno me permitió postular para venir a trabajar aquí).
En el paisaje que nos rodea destaca el cerro "Tres Hermanas" como actor principal. Por sobre ese macizo absolutamente blanco, sobresale una corona enorme de granito que no estáá cubierto de hielo. Se trata de un accidente geográfico típico de la Antártica llamado "nunatak" (en este caso el "Nunatak Yamana"), que de alguna manera tiene otra utilidad, además de regocijar la vista y el espíritu: en invierno, durante la larga noche y cuando Bahía Potter se congela por completo y la navegación es imposible, para los aviones de todas las bases el Nunatak sirve de guía para el piloto. La estancia en base Jubany se prolonga por casi cuatro horas, hemos visto el sitio donde se nos guió, planificado algunas sesiones de fotos donde se nos indicó que podíamos utilizar de sus instalaciones, y verificar conexiones para el generador eléctrico que viaja con nosotros. Volveremos al otro día, con Diana y Polly, a quienes hemos encontrado perfectamente dispuestas a iniciar el trabajo, recuperadas del viaje. Fuimos recibidos nuevamente con gran satisfacción por los hombres de la base argentina y fue posible percibir una especie de felicidad compartida, tanto de nosotros, que iniciábamos por fin el trabajo, como para miembros de la base permanente Jubany encantados por las ocasionales visitantes: dos modelos de Vogue, unas de mujeres más bellas del mundo. Se portaron muy hospitalarios, y nunca nos faltó café y chocolate caliente, y una inmejorable predisposición para responder cualquier pregunta.
El "Bremen" abandona la bahía envuelto en la más densa de las neblinas, con la proa apuntando al Estrecho Antártico, que separa a la Tierra de OHiggins de las islas que están al norte, Joinville, Dundee y d’Urville. La navegación es extremadamente lenta debido a la presencia de grandes bandejas de hielo, con pingüinos como pasajeros, y icebergs tabulares que se cruzan en el camino. La idea es arribar al día siguiente a la isla Snow Hill, al este de la Tierra de OHiggins y mirando al sur, en el Mar de Weddell. Los hielos nos hacen intransitable esta ruta. Para navegar por mares antárticos hay que contar con la complicidad del clima, cosa que no sucede en esta oportunidad. Fuertes vientos, lluvias, olas poco civilizadas y un frío constante trasforman a los enormes bloques de hielo en infranqueables. El capitán Zander informa acerca de la situación y, sabiamente, decide no arriesgar. Cambia el rumbo, siempre en las turbulentas aguas del Mar de Weddell, y pone proa al norte, rumbo a la isla Paulette, en la que existe una colonia de pingüinos De Adelia, todos negros, aunque con el vientre y el pecho blancos. La isla está completamente rodeada de hielo y se decide retornar a la boca del Estrecho Antártico en medio de un clima de intensa concentración en el puente de mando, donde se encuentran el capitán, su segundo y los dos oficiales encargados de la navegación. Los cambios de rumbo son permanentes. Hasta que el capitán Zender ordena destino aún más al norte, rumbo a la isla Joinville.
Pero los dioses proponen, los hombres como pueden ejecutan y, finalmente, la Antártica dispone. Ante la imposibilidad de acercarse a Joinville, la nueva opción es la isla Aitcho, a la que se accede navegando un día entero aguas antárticas hasta atravesar el Estrecho de Branfield. Aitcho está en medio del English Strait, entre Robert Island y Greenwich Island. Estuvimos tres horas en la isla, rodeada por icebergs que no impiden el cruce, transitable, pequeña, hermosa, un telón de fondo ideal para nuestro propósito, que cumplimos a vapor. Una vez más, hubo que partir. El clima es el factor principal a tener en cuenta y nada se puede hacer sin su colaboración. En la zona no se puede llegar sin más a los destinos porque todo depende de las condiciones del tiempo. De todas maneras, nos informa el capitán: no está mal: se pudo alcanzar los 60ºº de latitud sur en un Weddell un tanto insurrecto. A cambio, el barco se topa con un espectáculo de una belleza poco frecuente, colonias de hielos azules, que son aquellos que desde hace más tiempo forman parte del paisaje antártico, en una hora súbita en que parecieron despejarse los cielos y nos envolvió la luz más clara del día, todo el tiempo que necesitábamos para hacer fotos con Diana y Polly, quienes posaron como hipnotizadas, a pocos metros de un pequeño grupo de ballenas jorobadas nadando alrededor del "Bremen" como si realmente supieran que el espacio es de ellas, pero nos permitían fotografiarlas en signo de condescendencia. Parecieron conocer qué es la vanidad porque realizan un show de movimientos sorprendentes, como si tuvieran la certeza de que las filmamos como fondo de una sesión de fotos; cuando terminamos, simplemente se alejan y se van.
Nuevamente con rumbo a las Shetland el barco se enfrenta otra vez con el mar tempestuoso y los fantasmas del Drake entre los pasajeros. Todos somos avisados de que no esperemos nada mejor durante todo el cruce hasta salir del estrecho de Branfield. Se produce un éxodo hacia los camarotes y los rezos se suceden en varios idiomas. Alemán, castellano, portugués, italiano e inglés se transforman en lenguajes litúrgicos en medio del permanente movimiento del "Bremen". Esas difusas noches, dueñas de una claridad plomiza y neblinosa, la pequeña barra del bar cierra tarde: ¡conversando se espanta la muerte! afirma el capitán, cada vez que confirma que todos estamos bien. Amaneció para nosotros tarde un extraordinario día soleado (el primero en territorios antárticos que vemos a excepción de esas horas de extraordinaria luminosidad junto al paso de las ballenas).
Pese al viento y las condiciones del mar, el "Bremen" pudo fondear por unas horas en la base antártica chilena Capitán Arturo Prat, donde el recibimiento fue también muy bueno; es la más antigua base de Chile, inaugurada formalmente el 27 de enero de 1947, y está ubicada en la Península Guesalaga de la isla Greenwich, en el archipiélago Shetland del Sur. La construcción básica quedó formalmente inaugurada el 6 de febrero de ese año, pero desde finales del siglo XIX había presencia chilena en el lugar llamado antiguamente Puerto Soberanía. El interés por la Antártica comenzó luego del Congreso Internacional de Geografía realizado en Londres en 1895, atraídos por las noticias que habían llevado los exploradores europeos pioneros. En 1899, el legendario navegante inglés Robert Falcon Scott realizó varias expediciones en la Antártica, solicitando autorización de Chile para explorar en la Península y sus islas Shetlands, y algunas facilidades para realizar trabajos exploratorios en su Base Soberanía, tal como lo hacen en 1901, durante el Congreso Internacional de Geografía realizado en Berlín ese año, el profesor sueco de la Universidad de Upsala, Dr. Otto Nordenskjöld, y los alemanes con Deygalski.
La base chilena consta de tres cuerpos de edificios unidos entre si y posee anexo refugios temporales en proceso de construcción y un helipuerto, que la convierten en una pequeña aldea. Este destacamento alberga una población permanente de entre 12 y 17 personas y funciona como cabecera de la Gobernación Marítima de Chile en la Antártica. Entre los servicios normales que cualquier estación científica debe contar se destacan ademas una agencia postal (inaugurada en 1947) y un pequeño museo. Actualmente las comunicaciones de la base se realizan por medios satelitales. En un arranque de nacionalidad, hago valer mi chilenismo y simplemente le indico al equipo que nos instalemos a una orilla y trabajemos hasta que nos indiquen que debemos dejar de hacerlo. Me acerco a quien veo con cara de mayor autoridad, le presento al staff-Vogue, en dos palabras le explico el asunto y le digo con complicidad que me indique el lugar más cercano para tirar un cablecito y ubicar nuestro generador para conectar las luces. De inmediato, alguien se puso a nuestro servicio, nos ofrecieron chocolate, café, te con leche, pan amasado, y Diana con Polly saborearon la primera empanada de pino de su vida.
Nunca se nos limitó fotografiar hacia algún lugar de las construcciones, aunque nos ubicamos en las afueras de los almacenes y solamente enfocamos hacia los icebergs azules que se ven eternos frente a la base Capitán Arturo Prat. Pudimos trabajar casi cuatro horas, antes de hacer caso a la mirada del capitán Zander decidido a partir sin nosotros.
Con todos a bordo nuevamente, se pone proa rumbo a la Bahía de la Media Luna, en cuyas cercanías observamos una multitudinaria pingüinera, esta vez pingüinos papúa, con el pico rojo. El tiempo, con mucho viento, hace que la retirada sea pronta.
Siempre dormimos en el barco. El compás de la nave sugiere que el destino es abandonar la zona norte de las Shetland del Sur, con lo que la ruta hacia la extraordinariamente bella Bahía Paraíso está trazada. Frente a ella, se halla otra base argentina, la Almirante Brown. Sus costas están bañadas por las frías aguas del Gerlache Strait, estrecho que separa a la península de Anvers Island. Esta base se fundó en 1951 y muchos años más tarde, el 12 de abril de 1984, un médico que debía quedarse allí todo el invierno en soledad, la incendió debido a causas no demasiado conocidas y, desde ese entonces, se halla en un lento proceso de reconstrucción. Luego de una larga caminata y de reconocer algunos rincones del lugar, ubicamos sitios de trabajo, levantamos y desmontamos sets rápidamente para utilizar la luz que ese día estaba radiante, fotografiamos con Diana y Polly trabajando a vapor, en un esfuerzo alejado de todo el glamour que mostraremos después en la revista. El clima es una indicación constante de que es tiempo de volver a partir. Todos a bordo seguimos con rumbo al Canal Le Maire, navegado por primera vez por Adrien de Gerlache en 1898, que es el punto más austral que tocamos, a 64ºº 53'. La belleza del lugar tiene que ver con sus reducidas dimensiones: tiene una extensión de seis kilómetros y un ancho promedio de 700 metros, lo que lo convierte en un auténtico desfiladero marino; su entrada boreal, por la que se supone el barco ingresaría, está franqueada por dos inmensas columnas de roca. Si el clima se apiada de los deseos imaginarios de los visitantes, el espectáculo puede ser inolvidable. Las columnas nevadas, congeladas y sugerentes, tenían en el pasado un nombre propio de la mitología marinera: los navegantes las bautizaron "ONanniess Tits" (literalmente, "Las tetas de Nannie"), en honor de una prostituta de las Islas Malvinas, verdadera reina de los mares del sur que se hacía extrañar en los largos viajes antárticos.
El barco avanza a marcha lenta por el corredor en medio de un silencio y un contraste de colores imposibles de olvidar. El clima, salvaje e irrespetuoso, cambia en pocos minutos y el "Bremen" se ve amenazado en proa, popa, babor y estribor por enormes bloques de hielo que se aproximan velozmente. La nave es resistente, parece pensar el capitán Zander, pero lo aconsejable es emprender la retirada. En una rápida maniobra gira sobre sí misma, cambia su itinerario y apunta al norte. Desde ese preciso instante, el "Bremen" estaría cada vez más lejos del Polo Sur.
En este itinerario no prefijado, ahora el barco navega por el Estrecho de Gerlache rumbo a la Isla Decepción, destino que implica un día entero de travesía. Decepción, que forma parte del archipiélago de las Shetland, deja de ser tenuemente una mancha oscura en la lejanía y comienza a mostrar su forma de herradura. Al atravesar los Fuelles de Neptuno, la estrecha vía de acceso, se notan los restos de una vieja factoría ballenera británica que estuvo abandonada durante años y sólo las miserias de la Segunda Guerra Mundial provocaron que la inteligencia inglesa la ocupara para evitar que los alemanes instalaran allí una base de submarinos. Los temibles sumergibles germanos no se acercaron, siguieron al chileno y la isla tuvo que buscarse otro destino. Ya en tiempos de paz, Argentina, Chile y el Reino Unido instalaron en ese punto estaciones de investigación científica, pero ocurre que Decepción no es simplemente una isla de origen volcánico, es el mismísimo cráter del volcán. En 1967 la base chilena Presidente Pedro Aguirre Cerda fue destruida por un potente sismo y dos años más tarde la inglesa BAS corrió la misma suerte, sin que la reconstruyeran. Hoy, las bases de Chile y Argentina se dedican especialmente a estudios sismológicos, ambas están constantemente en proceso de reconstrucción. Envueltas en nieve, apenas se divisan antenas como signo de vida. Los icebergs corriendo muy rápido, con olas de agua elevándose a pesar del día despejado, nos obliga a seguir.
Con un delicado sol que se deja ver poco a poco y calienta con fuerza, el "Bremen" pasa nuevamente por los Fuelles de Neptuno para internarse en aguas conocidas y más calmadas, las del Mar de la Flota, para ir en busca de los últimos destinos posibles de acuerdo a nuestra posición, la Isla Pingüino, al sudeste de la Isla rey Jorge, a la que se ingresa luego de virar a estribor en Bahía Laserre. Allí conviven una cantidad inimaginable de pingüinos de "barbijo", similares a los De Adelia, pero con la zona que rodea los ojos y las mejillas blancas, con un angosto collar negro en el cuello. En los acantilados anidan imponentes petreles, lejos del alcance de todos, y más abajo, desparramados sobre la playa y las rocas, elefantes y lobos marinos esperan mudar totalmente su piel para volver al mar; este fue el concepto que nos aplicó Hilda O’Farrill en Vogue:
“El vestuario es nuestro propio termómetro, que nos protege del mundo extremo”. En lo personal, en Vogue mi función esencial ha sido hacer entrevistas y corregir ortografía, durante años, apoyando apenas la producción de modas con alguna redacción, una secundaria, la ortografía y gramática normalmente. Pero no sabía la concepción interna de la elección del vestuario, su dinámica y trasfondo. Lo entendí ahora, cuando en un día entero de calma en el mar, con muchas horas de sol para el trabajo de Diana y Polly, supe, por ejemplo, que nada de lo que se posaba llevaba piel de animal alguno, ni elemento sintético de ninguna especie, porque toda la ropa es de lana, a veces muy finamente trabajada, como en los diseños de Leticia Frietzche, combinados con lana cruda, de telar de Oaxaqueños, Mayas, Incas, Araucanos. La lana es el elemento ideal de prenda para vestir en la época fría. En un momento, Diana posó una túnica de lana cruda blanca, tejida con telar de pie Maya-Quiche, de la zona fronteriza entre México y Guatemala. que lleva un escudo mexicano finamente bordado casi del tamaño de la falda. Encima la cubre una manta de lana cruda negra con capa bordada a mano dibujando un sistema de grecas que me resultaron familiares: la Frietzche las bordó de cintillos y un manto araucano, de la zona sur de Chile, que compró en una breve visita en crucero que hizo a Punta Arenas: a esa tenida la llama “América una sola”.
El "Bremen" comienza el regreso, atravesando el Estrecho de Nelson rumbo al Paso de Drake, directamente a Tierra del Fuego. Cruzamos en 26 horas hasta el Cabo de Hornos, que no es un "cabo" propiamente dicho sino el extremo sur de una isla del Archipiélago Hermite. Estas islas que desde 1843 pertenecen a Chile, marcan el exacto punto de unión entre el Atlántico y el Pacífico, por lo que sus aguas nada tienen que envidiarle a las del resto del Drake. A medida que el navío se interna en el increíblemente bello Canal de Beagle por el oeste rumbo a Ushuaia, se ve en la distancia el reflejo de las luces y el faro de Puerto Navarino en territorio chileno. Al amanecer, cuando arribamos, nos hemos despedido agradecidos del capitán Ralf Zander, es la mejor elección. Diana y Polly tuvieron una especie de revelación en estas lejanías, que las devolvió notablemente más bellas al mundo, si es posible. Nosotros solamente anotemos que es verdadero lo afirmado por Howard Phillips Lovecraft:
"Todo el enmarañado conjunto estaba monstruosamente gastado por el tiempo, y la superficie de hielo de la que despuntaban las torres estaba sembrada de bloques y detritos caídos en época inmemorial. En los puntos en que los icebergs azules se hacen transparente podíamos ver las partes inferiores de los gigantescos edificios de la civilización que hay más abajo de los hielos".
Es cierto que adentrándose en la Antártica, el sol reviste de contornos mágicos las formas que brotan de raíces ocultas en la gran llanura blanca. Estas lejanías, apenas entrando en los hielos permanentes, a mi parecer, son una forma física de inspiración profunda. Sin embargo, la literatura es parca con la zona. Entre los escritores extranjeros, pienso en Edgar Allan Poe, que fue uno de los primeros que entró en espíritu al lugar (por supuesto que los escritores no necesitan ir a los lugares para hablar de ellos. Debe ser la razón de que al visitar durante años puros científicos la Antártica casi toda la literatura que existe es técnica). En el caso de Poe, recorría no sólo el terreno de la fantasía sicológica sino también le servía de liberación recorrer horizontes geográficos que nunca jamás pisó. En sus "Aventuras de Arthur Gordon Pymn", 1837, el protagonista embarca en la costa oeste norteamericana y llega en su bote hasta el extremo sur de América. Le suceden muchas aventuras hasta que es salvado y reintegrado a su hogar, sin novedad; ha "verificado" que la Antártica está habitada por hombres completamente negros, lo que contrasta con la blancura total del lugar; donde la luz es tan intensa que impide mirar y afirma que en el polo mismo hay una inmensa catarata "cayendo -dice- silenciosamente en el mar desde alguna inmensa y lejana muralla que se alza hasta el cielo".
Aún antes, en 1692, Jacques Sadeur, escritor francés, publica "Aventuras en el descubrimiento y viajes a la tierra Austral", donde dice: "Los australes son hermafroditas y se aman con amor cordial y no aman al uno más que al otro". Luego agrega: "Nunca percibí reproches, querellas ni animosidades... no saben lo que es mío y lo que es tuyo". El lugar lo describe "hacia el polo sur donde se encuentran prodigiosas montañas, más altas e inaccesibles que los Pirineos". La obra rescata ideas fantasiosas alimentadas por el desborde de los cartógrafos flamencos al servicio de España, encabezados por Ortelio y Mercator, que en sus mapas hacen aparecer ríos, montañas y largas costas que unen el sur de Chile con la nueva Guinea.
También paralelamente Julio Verne y Emilio Salgari se ocupan de la zona. Verne, que ha hecho navegar al Capitán Nemo a bordo del Nautilus, bajo los hielos, en sus "Veinte mil leguas de Viaje Submarino", dedica a E. Allan Poe una poco conocida novela titulada "La Esfinge de los Hielos", en 1897, donde en realidad continúa el viaje imaginario por el polo mismo. Emilio Salgari en "La estrella de la Araucanía", describe a una Punta Arenas, antiguamente conocida como "Puerto del hambre", como "una tierra de horrible aspecto... pródiga en tremendos huracanes... de abismos espantosos...". Pero también, un lugar que oculta "considerables riquezas". "El oro abunda en todas partes en forma de hijuelas y pepitas, algunas de los cuales llegan a pesar 50 gramos". Aunque el lugar está habitado por "tribus belicosas y, hasta hace pocos años, antropófagas". También Salgari publica "Al Polo Sur en Bicicleta", relato de tres amigos en un aparato de ocho ruedas con pedales y un pequeño motor a petróleo... En "La Isla de los Pingüinos", Anatole France escribe: "La reverberación de los hielos polares había cegado los ojos del anciano, pero una débil claridad se filtraba aún en los párpados cansados. Distinguió bultos animados que se oprimían en filas sobre las rocas, como una muchedumbre humana en las galerías de un anfiteatro... creyó hallarse ante hombres que vivían según la ley natural, supuso que el Señor le acercó a ellos para que les revelara la ley divina y los evangelios... y luego los bautizó... Al saberse en el Paraíso que los pingüinos habían sido bautizados, la noticia ni alegró ni apenó a nadie, pero preocupó a muchos".
Una descripción un tanto más templada es la del norteamericano Hermán Melville con su inquietante "Benito Cereño": "En la bahía Santa María, una isla pequeña, desértica, deshabitada del extremo sur, todo era gris. Callado y en calma, pero sobre todo, gris". Pero hay ocasiones que, de tomarse por ciertas, las ficciones pueden llegar a ser peligrosamente decisivas para la realidad. Horace Warpole, el ex primer ministro inglés, describió a una Patagonia habitada por gigantes. Pero que, "si son dueños de un imperio rico y floreciente, creo que deben ser subordinados a su majestad. No en la misma forma que lo hicimos con Virginia, Carolina y otras, sino como una Compañía Indoccidental".
En el siglo XIX, la Antártica en el mundo era conocida solamente por unos pocos relatos de navegantes, entre ellos, destacan los escritos por exploradores, como el inglés Robert F. Scott, que rescató lo que vio en su "Diario". En su obra "El Polo Sur", antes el noruego Roal Amundsen había realizado igual tarea. Se dice que Poe, afirmándose en los datos de algunos de estos exploradores (en especial Scott) y guiado por su intuición artística comenzó a germinar su "Gordon Pymn". En lo personal, en este paisaje antártico que comienzan a ver mis ojos, me siento entrando a otro mundo en este mundo, más brillante, casi transparente de locura refinada; también el adentrarme en esta tierra que brota clarísima del agua más azul que pueda verse, que empequeñece al hombre pero también le inspira, me brota cierta sensación de fortaleza en el alma. Se me provoca a profecía una obra de H.P. Lovecraft, "En las montañas de la locura", 1939, que se trata del Polo Sur resguardado tras elevaciones de 10.000 a 12.000 metros donde se ocultan, luego de 40 millones de años, los primordiales, seres venidos de otros planetas cuando la tierra era joven. El lugar de espanto que imaginó Lovecraft se transmutó en uno de maravillas, según el almirante Richard E. Byrd, curiosa conjunción de marino distinguido, explorador audaz y poeta pionero de la Antártica. En cinco expediciones, a partir de 1929, Byrd entregó a la humanidad el conocimiento más completo de la geografía del continente helado. Llevó su experiencia hasta el último extremo y decidió quedarse solo, en una caverna de hielo durante seis meses invernales de total oscuridad, en lo más profundo de la meseta central, en la latitud 80ºº Sur. El vio las estrellas que nadie había visto, las que el sol impide ver con su luz.
En su libro "Soledad", el Almirante Byrd, cuando todos se han ido y queda solo en la caverna de hielo, escribe: "Todo ahora es mío, las constelaciones, hasta la tierra mientras gira sobre su eje. Sí, una gran paz interna y la alegría infinita pueden existir juntas". Y más adelante: "El día muere y nace la noche. Armonía, eso es lo que brota del silencio, un dulce ritmo, el acorde de una cuerda perfecta, tal vez la música de las esferas. El universo es un cosmos, no un caos, y el hombre forma parte de ese cosmos con tanta justicia como el día y la noche". Cuando el Almirante Byrd vuelve a la civilización luego de su experiencia colosal, declaró: "Una parte de mi quedó para siempre en los 80ºº08' de latitud sur; lo que sobrevivía de mi juventud, mi vanidad, posiblemente, y por cierto, mi escepticismo. Por otra parte, me entregó algo que no había poseído antes plenamente: la apreciación de la absoluta belleza y el milagro de estar vivo".
Sin embargo, son los escritores chilenos quienes más han aportado a la historia literaria de la zona, en especial desde la primera mitad del siglo XX. Citemos al diplomático y autor místico Eugenio Orrego Vicuña; su libro "Terra Australis" es una valioso aporte a la bibliografía chilena, tanto por su depurado estilo, como las enormes proyecciones futuras que el autor deposita en la Antártica cuando se sabía muy poco de ella; en las páginas el autor nos transporta a estos hielos polares y detrás de sus palabras nunca deja de fluir un halo de fe tanto en el creador como en ésta su obra blanca. Poco después, en 1955, Salvador Reyes publica "El continente de los hombres solos"; el mismo autor de libros como "Barco ebrio" y "Ruta de sangre", en que su acción o el protagonista es el mar, lo ubican (entre otros, junto a Luis Enrique Délano y el Gran Almirante Augusto D'Halmar) como líder de los escritores del mar; llega a ser Presidente del Círculo Antártico."El continente de los hombres solos" está escrito como diario de viaje; es una bitácora trascendente, amena, en que los detalles cotidianos cobran inusitada importancia cuando el hombre se enfrenta al entorno natural no sometido. Otro escritor diplomático que se ha ocupado de la Antártica es Miguel Serrano. En 1956 publicó "Alguien llama en los hielos": se le criticó el delicado vocabulario empleado por los marineros en el buque antártico; se le reprochó que era imposible que un maquinista se expresara en forma tan correcta como él lo expone en la historia; sin embargo, este reparo de orden formal no afecta en absoluto el fondo profundo ni el contenido metafísico de "Alguien llama..." que, a mi parecer, constituye uno de los libros más extraños de la literatura chilena, un aporte a la literatura universal y por supuesto a la mitología que rodea también a la Antártica. No consideramos aquí una enorme cantidad de folletos, artículos, folletos y otros escritos publicados en medios de Chile y el extranjero acerca del sitio, pero debemos citar el libro "Antártica Chilena" de Oscar Pinochet (Premio de Ensayo otorgado por la Municipalidad de Santiago de Chile en 1944), una obra que por sus méritos jurídicos y geográficos afianza los derechos de un país en forma incuestionable; es decir como libro no estrictamente literario logra, sin embargo, narrar una epopeya épica con cifras y coordenadas. Tampoco podemos dejar de citar "Los conquistadores de la Antártica" de Francisco Coloane, un libro que los chilenos leemos desde niños; el autor de "El último grumete de la Baquedano", estuvo en la Antártica y su experiencia le alcanzó elementos que manejados por una mano como la suya, nos legó una obra magnífica. Conocí a don Pancho Coloane en casa de la ilustre artista Inés Bordes, donde lo vi otras veces y pude conversarle: era un hombre cálido y sencillo como son los hombres sabios; sin embargo también era un hombre duro, a la manera de los hombres de los mares del sur, que se enfrentan a 365 aguaceros al año y le hacen punta al temporal con una sonrisa confiada, a pesar de todo. Hasta donde sabemos, en 1958, con la aparición de "Los conquistadores de la Antártica" se acaba la literatura escrita en el siglo XX inspirada por el sitio.
Un escenario único de agua en sus tres estados de las que muchos han saciado su sed, también espiritual, porque hubo quienes recrearon en la Antártica mundos fantásticos inventados a imagen y semejanza de sus sueños, y siguen haciéndolo, como los pioneros buscadores del Santo Grial en la Antártica. Ellos nos han acercado a la zona con maravillosas historias de aparecidos en los hielos: gigantes blancos, seres fantásticos horribles como los Pie de Sombra, o angelicales como Nuestra Señora de los Hielos, transitando en senderos abiertos tan blancos que ni se les ve entre la nieve; y caminos ocultos que llevan al Antarktos, la deidad única ante quien se hinca el rey del Mundo y los Antiguos que viven más abajo de los hielos desde antes del hombre.
Edgar Allan Poe en su "Narración de Arthur Gordon Pym, como la tradujo Julio Cortázar, rescata en su obra un elemento que forma parte misma de la atmósfera antártica: el misterio. El tema de la novela consiste en un largo viaje por mar que culmina en los blancos hielos del extremo sur. Allí los viajeros se encuentran con aborígenes negros, un pueblo desconocido para el hombre blanco, cuya condición provocará en estos una compleja confusión de sentimientos opuestos, donde la atracción y el rechazo se entremezclan. Las páginas finales son una carrera suicida que parece no llevar a otra parte que al terror de lo vago, a un remolino demencial cuyo término no se halla en ningún centro ni en ningún vértice. Las respuestas son demasiado tímidas, casi ingenuas; los misterios están por descifrarse, pero jamás se logra develarlos; pues, al final del relato, Poe comienza otra historia, otra narración. Una historia que, por supuesto, aún se está escribiendo.
En la narración, Poe nos señala aquello que provoca terror en los habitantes de Tsalal, isla cercana a la Antártica, ocupada por indígenas de piel negra: temían al blanco, la ausencia de todo color que llenaba toda aquella región y al desesperado grito de Tekeli-Li, pues es el presagio funesto de la manifestación de su exterminio. La última imagen de la narración es la aparición de un gigante blanco cuyas proporciones eran mucho más grandes que las de cualquier habitante de la tierra, visión aterradora que fulmina al negro Nu-Nu. ¿Quién es este ser? ¿Cuál es el origen misterioso de Nu-Nu, Tekeli-Li y los otros aborígenes? ¿Cuál es la alegoría que canta Poe oculta en la blancura de la nieve como fuente de espanto? Hay algo indicado: Existe una confrontación entre lo blanco y lo negro. Lo cierto es que las raíces del enfrentamiento novelado de Poe, tiene directa relación con la luz y las tinieblas, el día y la noche; es decir, la confrontación entre los opuestos complementarios. Que es, por lo demás, la fuerza que hace vivir el Universo en equilibrio, nuestros Polos Norte y Sur. Lo que está arriba y lo que está abajo, perfectamente ubicados, perfectamente unidos en un punto preciso donde se juntan: una fracción mínima que los Yogas Tántricos denuncian en la energía que impulsa el orgasmo. Lo que da nacimiento a todo. Es decir, la oposición no es absoluta, ya que blanco y negro tienen el mismo origen, obedecen a un mismo principio. Esto adquiere claridad cuando pensamos en el paisaje antártico, en que una base de avanzada diminuta, siempre pintada de colores muy oscuros para contrastar en la lejanía de los cerros de blancura, en que se hace visible desde distancias enormes. Dice René Guenón (en "Símbolos fundamentales de la Ciencia Sagrada"): Negro y Blanco son expresiones de lo No Manifestado y de lo Manifestado, respectivamente. Sin embargo, esta regla tiene excepciones y, a veces, nos encontramos en la situación inversa; o sea, donde el negro corresponde a lo Manifestado y el blanco a lo No Manifestado. La Antártica, según nuestro Juicio, sería uno de estos casos excepcionales. El blanco polar es lo No Manifestado, el velo que esconde el Secreto.
Es cierto que el color blanco de todo es lo más impactante en la Antártica. Y es una singularidad que llama la atención de todos. El escritor norteamericano Herman Melville, por ejemplo, en su novela "Moby Dick la Ballena Blanca" dedica todo un capítulo a la blancura de la ballena. Este capítulo es una suma de pensamientos en relación al blanco de aquella ballena y a las emociones que éste provoca. El principio sobre el cual se sustenta Melville es el mismo sobre el que se basan las ideas de Poe y Lovecraft; a saber, el miedo humano hacia el blanco: Lo que me anonadaba sobre todas las cosas era la blancura de la ballena. El autor mencionará a muchas otras bestias de blanco: el oso polar, el tiburón blanco, el albatros, cuyo no-color hará que la sangre se le enfríe solo con su presencia. ¿Cómo es posible que este color que representa la espiritualidad, el propio velo de la deidad cristiana, según Melville, sea a la vez un signo de profundo horror? El blanco antártico, en la obra de H. Melville, es lo indefinido, lo que es y lo que no es, y también lo dual, lo misterioso por antonomasia. La sensación de estar pisando un velo blanco misterioso que oculta otro misterio enorme. En la página final de Narración de Arthur Gordon Pym, escribe Poe: Muchos pájaros gigantescos, de una blancura fantasmal, volaban continuamente viniendo de más allá del velo blanco, y su grito, mientras se perdían de vista, era el eterno ¡Tekeli-li!. Todo en la novela de Edgar Allan Poe induce a cantar el blanco antártico como un símbolo de terror y, por consiguiente, de misterio.
En otras apreciaciones de la influencia del color blanco antártico en el mundo, hay quienes la entienden como indicación de códigos morales y sociales. Julio Cortázar, en el prólogo de su traducción de Poe indica: La lucha entre lo blanco y lo negro que se representa en "Narración de Arthur Gordon Pym", es una manifestación del pensamiento racista de Poe, quien no disimuló jamás sus opiniones en favor de la esclavitud. El pensamiento racista de Poe está asociado con una posición muy crítica contra la democracia: Odiaba a la Turba y despreciaba la democracia, señala Ferrari y Baudelaire, en el prólogo de Nuevas Narraciones Extraordinarias de E.A. Poe, citando un pensamiento que revela la filosofía política de Poe: El pueblo no tiene nada que ver con las leyes, si no es obedecerlas.
El chileno Miguel Serrano, escritor y viajero, es autor de obras como "Ni por Mar ni por Tierra", "La Serpiente del Paraíso", "El Círculo Hermético", "Elella, Libro del Amor Mágico", "Nietzsche y la Danza de Siva" y "Las Visitas de la Reina de Saba", con prólogo de C. G. Jung. El mito antártico adquiere en su obra la mayor fuerzas en dos libros: "La Antártica y otros Mitos", Santiago, 1948 y el ya citado "Quien llama en los Hielos", Santiago, 1957. El primero de ellos es la transcripción de una serie de conferencias dictadas en Santiago, y su portada es reveladora: un dibujo de un gigante bicorne alado emergiendo de las blancas nieves y portando un tridente. Desde el comienzo, Serrano hace gala del sincronismo que mantiene con Poe. El relacionará numerosas leyendas antárticas: los bellos relatos de los Onas (antiguos habitantes de La Tierra del Fuego), la leyenda de la Virgen de los Hielos, el continente perdido de Lemuria, el gigante de Poe y, aún, la atrevida idea que Adolf Hitler, su cuerpo congelado, mora en el frío Antártico. En su obra rescata también otros misteriosos moradores de las nieves eternas. Serrano conoce el relato de Poe y señala en relación al Gigante Blanco: Es que Poe conocía la leyenda de los Sélcnam sobre los Jon que habitan la Isla Blanca. El mismo Serrano (en La Antártica y otros mitos) narra quienes son los Jon y a qué se refiere cuando habla de Isla Blanca; allí explica que los antiguos Onas (los Sélcnam eran sólo una tribu Ona) creían en la existencia de los Jon: humanos de casta aristocrática dotados de facultades sobrenaturales y poseedores de los Misterios: Fueron los Jon, magos Sélcnam de la Tierra del Fuego, los que conservaron los secretos enseñados por Quenós y los que aun se inmortalizan embalsamándose dentro de los hielos del sur, para resucitar renovados en el más lejano futuro. Dicen también los Sélcnam, que es en el Sur, allá, en esa "Isla Blanca que está en el Cielo" donde moran los espíritus de sus antepasados, haciendo una vida libre de preocupaciones. Todo indica que la Antártica es la Isla Blanca de la que hablan las viejas leyendas Onas, cuya cosmogonía indica en el lugar seres fantásticos, y una entidad que bajó del círculo rojo del cielo y mora con los Antiguos más abajo del manto blanco.
La inquietante posibilidad de que exista una entidad no-humana en la Antártica, la registra también Serrano (en “La Antártica y otros mitos”): Sin embargo, en ese continente del reposo y de la muerte alguien vive. Un prisionero se agita, teniendo por medio habitable el fuego ardiente y eterno. En "Quien llama en los Hielos" anota: Yo he visto a ese ser, a ese Ángel negro: ahí, en su recinto del Polo Sur. Es en una inmensa cavidad oscura donde reside... Espacios enormes, sin límites, livianos y deprimentes a la vez, que se extienden, con seguridad, por el interior psíquico de la tierra, debajo de los hielos eternos. Y así se mueve el Zinoc... Asciende o desciende, hasta el extremo de esa cavidad y, desde ahí, se arroja a una velocidad vertiginosa en demanda de su otro extremo, de su final inalcanzable. Toda la eternidad lo ha pasado en este esfuerzo, cayendo de cabeza, tratando de alcanzar el lugar antipódico del que ha sido proscrito en el comienzo mismo de la creación. El norte es su sueño, su anhelar profundo y su mayor sufrimiento. Y citemos al mismo Serrano respecto la vinculación entre los colores y la Antártica: Existe además una relación entre el color y el polo. Los pájaros negros tienden a desaparecer de estos mares y les es muy difícil alcanzar las latitudes extremas de la Antártica. En cambio, las aves de plumaje blanco soportan el frío mucho mejor. En "Quien llama en los Hielos", relata un sueño, en el cual un misterioso ser le dice: La inmortalidad se logra entre los hielos -me respondió- y se consigue helándose. No soy nadie, ni nada puedo hacer ahora. Tu gran combate será con el Ángel de Sombras. Serrano destaca sobre todo la tradición de los Onas en sus conferencias sobre los Mitos de la Antártica, para insinuar posibles claves: Fue Quenós quien empezó a crear la tierra, de arriba abajo. Pero antes, con arcilla blanca modeló a los Hohuen, seres gigantescos y transparentes como ángeles. Apenas creados, los Hohuen comenzaron a luchar entre ellos. Sin embargo, no podían morir. La mitología Ona señala que los Hohuen (los Antiguos) fueron creados con hielo. Esto, en verdad, señala su origen geográfico: la Antártica.
He aquí los mismos rasgos arquetípicos de los Antiguos en la obra de Howard Philips Lovecraft: seres de gran tamaño, poderosos, belicosos, no-humanos e inmortales. Lovecraft en “En las Montañas de la Locura” anuncia, luego que hubieran llegado de su mundo remoto en las estrellas: Se fundaron nuevas ciudades terrestres, las más importantes de ellas en el Antártico, ya que aquella región, escenario de su llegada, era sagrada. A partir de entonces, el Antártico fue como antes el centro de la civilización de los Antiguos, y todas las ciudades construidas allí por la prole de Cthulhu fueron destruidas. Más adelante, el narrador de la novela de Lovecraft indicará que los mapas encontrados en la vieja ciudad polar muestran que las ciudades de los Antiguos en la época pliocénica se hallaban en su totalidad, por debajo del paralelo 50 de latitud sur". Según las crónicas, el pasadizo que unía el continente blanco con el sur de Chile y Argentina. En “En las Montañas de la Locura", trata de las aventuras de una expedición científica a la Antártica, pero, el protagonista, antes de iniciar su relato, insiste en advertir a los posibles lectores que aquel continente no debe ser horadado por mano alguna, no vaya a ocurrir que se despierten horrores que no deben ser liberados. El horror que no debe ser perturbado es la raza de los Antiguos y sus esclavos, los Shoggoths. En la mitología lovecraftiana, los Antiguos son horribles deidades que bajaron desde el cielo y que hicieron de la Antártica su primera base. Estos gigantes de cabeza en forma de estrella crearon al hombre y también a los Shoggoths, torpes bestias de carga, sumisas en un comienzo, pero que más tarde fueron capaces de conducir una rebelión en contra de sus señores. Es difícil sustraerse a la tentación de comparar esta emancipación con el combate bíblico entre Dios y sus Ángeles fieles contra el Primer Rebelde, Lucifer o Prometeo. Los Antiguos se defenderán de esta amenaza por medio de un arma devastadora: Los Antiguos utilizaron unas curiosas armas de perturbación molecular y atómica contra los entes rebeldes, y al final abrazaron una completa victoria. La narración hace turbadoras referencias a un libro espantoso de saber prohibido: El Necronomicón, del árabe demente Abdul Alhazred. Este obscuro texto es un elemento clave en la narrativa de Lovecraft, es la fuente de su cosmogonía y de su teología. El Necronomicón habría sido consultado por algunos de los miembros de la expedición antártica, especialmente por Danforth, que era un estudioso y un gran lector de temas extraños que había hablado mucho de Poe, además él era uno de los pocos infortunados que había tenido el valor para examinar en forma exhaustiva el condenado libro. Danforth, se referirá en repetidas ocasiones al Necronomicón y hará tímidas referencias sobre la posibilidad de que la oscura Meseta de Leng, aquella tenebrosa región, cuya ubicación ni el mismísimo Alhazred fue capaz de precisar, en verdad sea un antiguo nombre para señalar la Antártica. Más que la narración en sí misma, al igual que en la obra de Poe y Serrano, la atmósfera de terror de la novela está dada por el paisaje y por el ambiente urdidos por la pluma de Lovecraft. En efecto, él fue siempre fiel a un principio según el cual lo más importante en la literatura de terror no es tanto la trama, si no el ambiente o la atmósfera que crea el escritor y los sentimientos y sensaciones que transmiten el lector. Angela Carter, en un excelente estudio acerca del escritor, ha señalado que la Antártica de Lovecraft es el más terrible de todos sus paisajes. Este desolado reino del hielo, el lugar de donde le llegaba la niebla y la muerte al viejo Marinero de Las Montañas de la Locura es, al mismo tiempo, una versión realzada de la Antártica real, y una visión de la aborrecible meseta de Leng, el techo del mundo, donde la pluma de Lovecraft nos permite sentir incluso el paso del frío viento polar: El terrible viento antártico soplaba a intermitencias, y su cadencia tenía para mí un vago sonido musical, semejante al eco de unos caramillos silvestres, que por algún motivo ignorado me parecía inquietante e incluso amenazador. Sus elementos son este viento, la soledad, la lejanía, las leyendas, el hielo, el olor y, por supuesto, los habitantes de ese yermo, que ocultos en la blancura no están muertos, si no que esperan ser despertados de su sueño conjurado. El título de la novela se refiere particularmente a la gigantesca cordillera donde se hallan las colosales ruinas de las ciudades de los Antiguos, una región de alturas imposibles de alcanzar por la mente y los sentidos de un hombre normal y donde lo asombroso es la regla. Adentrarse en aquellos lugares significa penetrar en el subconsciente; eterno océano cósmico de arquetipos: Era como si aquellos chapiteles de pesadilla constituyeran el umbral que daba paso a prohibidas esferas de ensueño, a complejos abismos de tiempo, espacio y ultra dimensionalidad remotos. Un mundo enorme que empequeñece de inmediato al hombre. Aquellos exploradores de la fría Antártica, sentirán esta molesta sensación de insignificancia, y entre aquellos que poseen un nivel más alto de comprensión, como es el caso de Danforth, enloquecerán. Al final serán ahogados por la terrible inmensidad y la devastadora opresión de la soledad en las turbulentas aguas de la locura. Otro elemento de horror es el misterioso grito que ya habíamos mencionado cuando es citado por Edgar Allan Poe. Sí, el temible ¡Tekeli-li! Las palabras de Poe se transforman por medio de la magia de Lovecraft en el pájaro que avisa la muerte, el misterio cargado de amenazas. Pues es el encuentro con el horror más terrible: la voz misma de los Shoggoths. Danforth que conocía la obra de Poe, dirá que estaba interesado debido al escenario antártico de la única novela larga de Poe: la desconcertante y enigmática narración de Arthur Gordon Pym. Como vemos, la literatura de Poe es el punto de referencia para Lovecraft. También coinciden señalando a la Antártica como el lugar donde hicieron su entrada los Antiguos. El Polo Sur es la Puerta. Desde allí las huestes luciferinas ascenderán hacia el Polo Norte, hacia la mítica Hiperbórea, en un camino de representación de la ascesis esotérica aplicable a la salud humana con técnicas de gimnasia por los distintos chakras corporales y que es la vía de toma del poder divino, precisamente lo que el Demiurgo castigó. Miguel Serrano en una entrevista dijo: La Tierra es un astro, un ser vivo, que está aquí, que tiene sus distintos órganos, y la parte correspondiente al sur del mundo, y al Polo, corresponde a los órganos sexuales. Así, el Polo Sur -que es el sexo del mundo- es la guarida de los Antiguos. Y aunque hayan ocupado también otros territorios, volverán allí a construir sus ciudades. René Guénon, en una crítica a la interpretación de Eliphas Levi sobre el Infierno de Dante, dice: Esto es cierto en un sentido, puesto que el monte del Purgatorio se formó, en el hemisferio austral, con los materiales arrojados del seno de la tierra cuando la caída de Lucifer cavó el abismo.
Esta intuición de algunos escritores se inicia con la idea sobre la presencia de una Tierra Austral según declaró el sabio griego Pitágoras de Samos, quien sostuvo que nuestro planeta era una esfera y que por simetría debería haber, además de la que él conocía, otra tierra más al sur, la que luego se denominó Terra Australis Incognita, que compensarían a las tierras heladas del norte, conocidas como Arktos, que en griego significa Oso y hace referencia a la constelación de la Osa Mayor, la que sólo es posible observar desde el hemisferio norte, y también a la presencia de osos polares. En contraposición, nace el término Antarktos. formado por la partícula privativa ANT que significa Opuesto a y la palabra Arktos ya conocida. Al escribir en castellano Antártica se está diciendo que es el continente sin osos y que es el lugar opuesto al Ártico, el Norte. Desde entonces varios escritores reconocen al Polo Sur como Puerta y Guarida de los Antiguos, señalando algunos que pudieron haber pertenecido por tradición a una corriente determinada de pensamiento filosófico y social, o iniciados en el esoterismo. Sin embargo, nos negamos a creer que la imaginación del hombre tenga que ver con hermandades secretas. La poderosa intuición en ellos fue haciéndose lúcida a través de sus lecturas y a la justa interpretación de los mensajes que le llegaban del mundo de sus sueños, de donde salen aquellos inventos realizados por el puro placer de inventar.
El viaje externo realizado por quien visita la Antártica se hace también un viaje interior. El viaje hacia el Centro del Sur, el Polo Sur, es la senda conductora al Centro del Mundo Inconsciente. De allí su dificultad: verse arrastrado en las turbulentas aguas de los sueños, de miedos y traumas, o distraído por ciertas delicias engañosas. Esta turbadora realidad ha quedado representada en las páginas finales de “En las Montañas de la Locura”, donde Lovecraft narra escenas que transcurren en vertiginosos laberintos bajo tierra, sitios donde serán descubiertos el narrador y el joven Danforth por un Shoggoth, el cual viene a significar el enviado del Rey del Mundo, que mora bajo los hielos pero que puede cambiar incluso el karma de los seres que viven en el exterior del planeta. El milenario Antarktos, que a semejanza del Minotauro, está ubicado en el centro del laberinto de hielo que debe cruzar quien desea entrar a ese otro mundo en este mundo, es quien lo ordena todo. Como es regla en los laberintos, su principio fundamental es la selección: No cualquiera debe entrar allí. Es una de las pruebas finales, aquella que mide las destrezas adquiridas en el largo camino de la ascesis gnóstica. Es la última partida de ajedrez, en la cual uno se enfrenta con un enemigo que sigue nuestro avance y que nos conoce. Es el enfrentamiento contra el más terrible de los monstruos: el que llevamos dentro de nosotros mismos. Desde esta perspectiva, se puede decir que el narrador prohíbe, en términos de una advertencia, la exploración y explotación de la Antártica para señalar, en realidad, que nadie debe atravesar el mundo de lo inconsciente sino está preparado, pues podría no regresar. En su bello poema Antarktos, H.P. Lovecraft escribe:
En lo hondo de mi sueño el gran pájaro susurraba extrañamente
Hablándome del cono negro de los desiertos polares,
Que se alza lúgubre y solitario sobre el casquete glaciar.
Azotado y desfigurado por los eones de frenéticas tormentas.
Allí no palpita ninguna forma de vida terrestre:
Sólo pálidas auroras y soles mortecinos
Brillan sobre ese peñón horadado, cuyo origen primitivo
Intentan adivinar a oscuras los Ancianos.
Si los hombres lo vieran, se preguntarían simplemente
Que raro capricho de la Naturaleza contemplan:
Pero el pájaro me ha hablado de partes más vastas
Que meditan ocultas bajo la espesa mortaja de hielo.
¡Dios ayude al soñador cuyas locas visiones le muestren
Esos ojos muertos engastados en abismos de cristal!
Los derechos escritos de Chile sobre la Antártica arrancan de un documento estremecedor cuyos orígenes arrancan de la antigüedad oculta, posiblemente de la Prehistoria, descubierto el año 1929 abandonado en un palacio de Estambul, documento que es la cuarta parte de un planisferio inscrito en una piel de gacela fechado en 1513 y firmado por el almirante de la escuadra otomana de nombre Piri Reis, que se conserva intacto hasta hoy y reproduce en nueve colores con gran precisión el contorno de las tres Américas -del Atlántico y del Pacífico-, la parte occidental de Europa y África y, lo más sorprendente, la costa norte de la Antártica, que no sería “descubierta” hasta tres siglos después, en 1818, aunque pobladores chilenos en el continente blanco existieron desde el pasado de los tiempos. Ese mapa registra la cordillera de los Andes, la costa de Brasil y de Argentina y todo lo que es el Chile actual entre Arica y Puerto Montt, y aunque se rescata el Estrecho de Magallanes que fue descubierto en 1520, diseña a la Antártica unida a Chile, lo que se ha podido comprobar en el siglo XX utilizando fotos satelitales, ondas sísmicas y otras mediciones submarinas que denuncian una masa continental hundida en las aguas, la que se calcula pudo haberse hundido hace unos once mil años, antes de la última Era glacial que vivió la Tierra. La Antártica en este documento excepcional figura con su relieve en detalle en este mapa del cartógrafo Piri Reis, cuya autenticidad fue certificada por sabios europeos en 1931, y por la Marina de USA en 1950, dando testimonio de la exactitud de una superficie que sólo se puede captar mediante fotos aéreas o desde el espacio, y sin que el territorio esté cubierto de nieve como lo vemos hoy. La explicación del conocimiento rescatado en este documento es atribuirle acceso a otros mapas de origen remoto a los que tuvo acceso Piri Reis, que vivió entre 1470 y 1554, y fue el cartógrafo oficial del sultán turco Solimán El Magnífico, bajo cuyo reinado alcanzó el grado de almirante en las flotas del Mar Rojo y del Golfo Pérsico. Se dice que su retrato de los mapas del mundo están basados en veinte mapas antiquísimos que a la vez reproducían otros más antiguos que alguna vez estuvieron en la biblioteca que heredó el sultán de sus mayores, citándose entre ellos los ocho mapas de Plotomeo, el geógrafo griego del siglo II, que nació y vivió en Egipto a la sombra de la Biblioteca de Alejandría, donde se conservaban antes de su incendio -y en vida de él- mapas del tiempo de los faraones, los fenicios, los cartagineses y los babilonios; también se han mencionado otros de la época de Alejandro Magno, en el siglo sexto antes de nosotros, cuando ya se había establecido la esferecidad de la Tierra, dos mil años antes de Cristóbal Colón. Piri Reis también pudo haber utilizado en 1513 algunos “portulanos”, que eran cartas marítimas de fines de la Edad Media y el Renacimiento, de origen árabe y portugués. E incluso se sostiene que pudo haber utilizado información de los propios levantamientos cartográficos de Colón en su primer viaje a las Antillas en 1492, que la Corona de España perdió cuando le fueron arrebatados por piratas turcos a navegantes españoles, miembros de la tripulación que había participado en el descubrimiento de América.
La consideración cartográfica que une directamente a la Tierra del Fuego con la Antártica que detalla Piri Reis en su mapa de 1513, como en otro de 1528 (hizo un total de 215 cartografías, con comentarios escritos al margen), incidió pionera en las concesiones del Rey de España sobre las tierras más australes del mundo a Pedro Sancho de la Hoz (1539), Pedro de Valdivia (1540), Francisco de Villagra y García Hurtado de Mendoza (1558), que extendieron los derechos de los gobernadores de Chile hasta el mismo Polo Sur, cuando basados en estos mapas, recibieron la orden en Santiago del Nuevo Extremo de “explorar y poblar” los territorios al sur del Estrecho de Magallanes, que creían prolongándose sin interrupción hasta el centro mismo del continente blanco, que hoy los adelantos de la ciencia comprueban como una señal inequívoca y antecedente jurídico de posesión en la Antártica que sólo Chile puede exhibir.
(c)Waldemar Verdugo Fuentes.
Collages del autor.
Serie CHILE.
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